jueves, 30 de julio de 2020

El equipo de Dios

«El árbitro añadió catorce minutos», logré decir ahogado por la angustia. «Íbamos a ganar, como nunca.
Pero perdimos, como siempre». El párroco escuchó en silencio, tras la celosía, y me mandó a casa sin penitencia. Mientras ahogaba mis penas, vestido de rojo y blanco, y aún en la puerta de la iglesia, le vi salir con su camiseta blanca y el número doce a la espalda. Se disculpó con un gesto y depositó la bufanda sobre los hombros. «Dios está en todas partes, hijo, pero sólo es de un equipo». Debería haberlo imaginado antes.

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