martes, 31 de julio de 2012

El teléfono de la casa de Carlos

Las piernas firmes, el cuerpo esbelto, el pecho erguido. A menudo soñaba y, de vez en cuando, cumplía sus sueños. No hacía mucho que era un chiquillo con aires de semental que aún no había tocado un cuerpo ajeno y ya se creía un experto en las artes amatorias. Todo fachada. Los meses, los besos y la clandestinidad le habían aportado el sabor de la experiencia. Pasaba las horas junto al teléfono móvil y, cuando escuchaba el sonido del timbre, descolgaba al primer tono para poner voz de corderito degollado y salir corriendo de casa con unos calzoncillos limpios "¿Dónde vas?" Le preguntaba su madre. "A casa de Carlos", contestaba él con presura mientras masticaba un chicle de menta. Y él nunca mentía.

Aquella tarde sonó el teléfono de la casa de Carlos. La voz femenina se encontró con la de su madre. "Sí, está aquí. Están en su cuarto ¿Quieres que se ponga?". "No, gracias, no hace falta". La madre de Carlos se acercó a la habitación y le encontró en la cama. No hubo sorpresa en el gesto. "Era tu madre", dijo. "Le he dicho que estabas aquí con Carlos". Sonrió. "Lo que no le he dicho es que Carlos está de viaje con su padre". Se quitó la bata y enseñó su desnudez. Ambos ocuparon la cama y volvieron a cumplir sus sueños por decimonovena vez.

lunes, 16 de julio de 2012

Alimento para serpientes

La serpiente me quedó más gorda de lo previsto y tuve que idear un plan. En la casa no quedaba un ratón, pero fuera esperaba la rata más grande que había conocido. Mi mujer gritó, "¡Abre!", y yo tapé el doble fondo del armario. Abrí la puerta y allí estaba la rata con su gesto desagradable. La serpiente no podía moverse y yo necesitaba alimentarla. La invité a pasar y le enseñé el secreto del armario. Regresé al salón. Mi mujer preguntó, “¿Quién era?”. “Nadie”. Miró el reloj, eran las cinco. “Qué raro, mi madre dijo que vendría a tomar café”.

martes, 10 de julio de 2012

Tarde

La maleta junto a la puerta, el umbral sombrío bajo los pies, la media sonrisa ahuecada bajo la nariz, la lágrima perdida resbalando por la mejilla, el pelo alborotado, los pendientes de casada, el anillo de compromiso, el alma rota y el corazón cosido a retazos. Y a dos metros él, arrodillado, arrepentido, desolado, llorando, clamando, suplicando.
- Te quiero. - Le dijo, buscando en la frase imposible la baza desesperada.
- Tarde. - Contestó ella encontrando en la réplica la más dulce venganza.

Y entonces cerró la puerta, salió a la calle e hizo rodar la maleta en dirección a su casa, donde la esperaba su marido.

lunes, 2 de julio de 2012

¿Dónde están?

No les digo por donde saqué a la abuelita porque seguro que no reeditarán el cuento, ni les diré donde metí al abuelito porque descubrirán mi juego. Prefiero seguir esperando a que mi madre nos descubra y reunirlos otra vez a todos. Mi padre ya estuvo a punto pillarme, pero me dio tiempo a fastidiarle el plan. Salió de nuevo la abuelita y tuve que ayudar a salir al abuelito. Mi madre dejó de hacer trampas y mi padre se la siguió ligando. Volví a tocar la pared; “Por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero”.