miércoles, 24 de noviembre de 2021

El loro del vecino

Hablando todo el día con el loro del vecino. Desde que murió la abuela, así se pasa los días el abuelo. Unos días hablan de política, de principios, valores e intereses. Otros días hablan de fútbol, de goles, victorias y fracasos y otros, alguna vez, hablan de actualidad. Pero nunca habían hablado de mujeres. Cuando el abuelo sacó de su cartera la foto de la abuela, el loro dijo “Fina” en voz muy clara. Y entonces el abuelo comprendió por qué el vecino tenía, de un tiempo a esta parte, aquel rictus tan triste y aquella mirada tan sombría.

jueves, 18 de noviembre de 2021

El decimocuarto

Lo hemos adoptado como un hijo más y nos hace ilusión enseñarle nuestros juegos, nuestros rincones secretos y nuestra lista de pruebas. Igual es capaz de subir a pulso la pared del cobertizo, bucear tres largos en la piscina o recitar de carrerilla la lista de números primos. Ahí viene. Camina erguido, vale. Mira al frente, perfecto. Tropieza con la alfombra y cae. Bajo la mirada y María sabe lo que debe hacer. Abre la puerta del sótano y le lanza escaleras abajo. Ahora hay que preparar catorce raciones de pan y agua. Quizá a la decimoquinta vaya la vencida.

lunes, 15 de noviembre de 2021

A tomar espacio

Su incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios me ha causado trastornos en el sueño. Que no es capaz de aprenderse los husos horarios, dice. A ver si cuando vuelva se aprende el camino desde la casa de su madre hasta el puerto espacial. Y a ver si a ella también la llama tres veces cada noche para decirle que se le ha olvidado echarle calcetines negros y no puede ir a la cena con el ministro de comercio de Praxímeton.

martes, 2 de noviembre de 2021

Café para todos

El señor Tarradellas se levantó de la mesa muy ofuscado.

-        O me dan mi café o me voy.

 

Circunspecto, abrazaba su propio pecho mientras cruzaba los brazos con especial ahínco.

-        Quiero mi café.

 

Parecía un niño chico.

Cuando le pusieron su café, el señor Garaicoechea se puso rojo de envidia.

-        ¡Eh! ¡Yo también quiero un café!

 

El señor Clavero le miró sorprendido.

Los demás le miraron expectantes.

Si ya tenían su vaso de agua ¿Para qué querían un café?

-        No hay más café.

-        Pues entonces no respiro

 

Y se quedó con los brazos cruzados, los labios fruncidos y la cara cada vez más colorada.

El señor Clavero levantó la mano.

-        Pónganle un café al señorito.

 

Los demás miraron estupefactos. Abrieron mucho los ojos y el señor Rojas levantó la voz.

-        Pues nosotros no vamos a ser menos.

 

Y los señores Escuredo, Madrid y Albor miraron complacidos.

El señor Clavero miró al presidente y el presidente se encogió de hombros.

-        Pues nada, café para todos.