lunes, 14 de febrero de 2011

Una chapa identificativa

Cuando vio a aquel soldado mostrando la chapa identificativa de su marido bajo el umbral de la puerta, sintió que todos sus sueños, sus esperanzas y su vida se habían precipitado al abismo de la nada.

Estuvo tres días sin comer, dos semanas sin dormir y tres meses sin besar. Al fin, aquel soldado que había traido las peores noticias del frente, le había devuelto un puñado de ganas de vivir, un manojo de sonrisas y un media docena de planes para compartir.
Le había invitado a alojarse en su casa mientras ponía en orden todas sus ideas. A los pocos días ya era como un padre para sus hijos y a los pocos meses ya era como un marido para sus momentos de ocio. Firmó el certificado de viudedad y tardó dos años en volver a contraer matrimonio. No tuvo más hijos porque los dos que le había dado su primer marido ya copaban su couta de felicidad y quehaceres.

Nunca había esperado amar a otro hombre como lo había hecho con su marido y nunca había esperado recibir aquella carta del ministerio de defensa urgiéndola a acudir a un reconocimiento de prisioneros de guerra.

La sala era grande, solemne y fría. El general la recibió de manera austera, pero educada. Las fotografías se sucedían, una sobre otra, encima de la mesa. Un error, un batallón a cambio de otro, una estrategia militar. El batallón abatido era completamente diferente al batallón arrestado, placas identificativas cambiadas, burocracia de guerra, estratagemas de combate y demás formalismos que ella no quería entender. Solamente los presos que sean reconocidos serán liberados a cambio de sus presos, el resto tendrá que esperar a una nueva negociación o a pasar su vida en manos del enemigo.

Encontró la foto de su esposo a mitad del montón. Su rostro resultaba totalmente inconfundible, inolvidable. El mentón prominente, los ojos claros y pelo claro con el flequillo bien peinado hacia atrás. En sus ojos reconoció la mirada de quien pide volver a ver a su mujer y a sus hijos. Pasó la foto y observó las siguientes hasta llegar al final.
- Su fotografía no está aquí. - Dijo en tono compungido.
- Lo siento, señora, es posible que haya sido abatido en alguna escaramuza dentro de la cárcel.
- Muchas gracias por todo.

Se marchó en silencio, igual que había llegado. Atrás dejaba a un hombre al que había querido con locura y ante ella le esperaba otro al que amaba con cordura.

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