jueves, 30 de julio de 2020

El equipo de Dios

«El árbitro añadió catorce minutos», logré decir ahogado por la angustia. «Íbamos a ganar, como nunca.
Pero perdimos, como siempre». El párroco escuchó en silencio, tras la celosía, y me mandó a casa sin penitencia. Mientras ahogaba mis penas, vestido de rojo y blanco, y aún en la puerta de la iglesia, le vi salir con su camiseta blanca y el número doce a la espalda. Se disculpó con un gesto y depositó la bufanda sobre los hombros. «Dios está en todas partes, hijo, pero sólo es de un equipo». Debería haberlo imaginado antes.

martes, 28 de julio de 2020

La biblioteca

Cada mañana se sentaba en la misma silla junto a la misma mesa frente a la misma estantería mirando hacia el mismo libro. “El retrato de Dorian Gray”, un relato crepuscular sobre un tipo que se cree inmortal y cuya alma está vendida al infierno desde que decidió aceptar ambición por vida. Siempre joven, siempre bello, siempre tan hedonista como para rechazar la palabra por el placer.

Lo ha leído tantas veces que ya no imagina una vida sin un Dorian Gray a su lado; bello, joven, enhiesto, lujurioso. Por eso se sienta cada mañana con un libro en el borde de la mesa de la biblioteca municipal, leyendo pero vigilando, descubriendo pero imaginando. El primer hombre que llegue y tome la novela de Wilde, ese será Dorian Gray, ansioso por releer su historia, ávido por recordar, deseoso por volver a recuperar el alma. Y allí estará ella; para abrazarle, para besarle, para tenerle.

Será guapo, muy guapo. Y quizá alto, lo suficientemente alto como para impresionarla. Y lo suficientemente fuerte como para tomarla por la cintura y levantarla hasta encontrar sus labios, hasta poseerla con pasión, hasta hacerle sentir la mujer más afortunada del mundo. Y después le convencería de que abandonase la vida lasciva y se entregase a ella para siempre. Ella sería la mujer en la vida del tipo que jamás envejecía.

Entonces escuchó los pasos. Entonces percibió la sombra con el rabillo del ojo. Disimuló, con el libro entre las manos y los pies repiqueteando en el suelo. El tipo, vestido con traje de paño, de un marrón antiguo y unos zapatos castellanos algo ajados, se acercó a la estantería y repasó el canto de los libros apilados con el índice. Cuando encontró lo que quería lo sacó de la estantería y lo hojeó con prisa. “El retrato de Dorian Gray”. Lo colocó en el hueco entre el brazo y el pecho y se alejó hacia el mostrador rodeando la mesa y echando una última mirada a la mujer que leía, con gesto impaciente, un ejemplar de novela negra.

El aspecto, por delante, confirmó todos los augurios que le habían ofrecido las espaldas. Dientes de ratón, hocico de cabra, nariz de doberman, gafas de culo de vaso. Pensó que, quizá, aquel cuadro de Dorian Gray había sido subastado y ahora sólo había ratas en el sótano. Mejor cambiar de sitio, mejor esperar otra oportunidad. Mejor cambiar de novela. Quizá “El Conde de Montecristo”. Edmundo Dantés siempre le había parecido un tipo fascinante.

lunes, 27 de julio de 2020

Ganarle a la vida

Mirar atrás es aún más difícil que hacerlo hacia adelante. Los vítores en la grada, el himno en los altavoces y la medalla en el pecho. Y ella, la otra, allá, alejada de los focos y alejada de la felicidad. Con una lágrima resbalando por la mejilla y una mueca de decepción dibujando en sus labios una curva descendente. El éxito no es siempre para quien lo trabaja. El fracaso no es siempre para quien lo merece.

El presente es tan cruel como el olvido. Dejó de competir, dejó de ser recordada, dejó de tener motivaciones, dejó de tener oportunidades, dejó de tener ganas de vivir. Y ella, la otra, allá, alejada de los focos pero tan cercana a la felicidad. Con un título colgado en la pared, un trabajo estable reflejado en su nómina, una familia a la que contar que un día fue cuarta en unos Juegos Olímpicos. Y es que el éxito no es siempre para quien lo trabaja y el fracaso no es siempre para quien lo merece.

miércoles, 22 de julio de 2020

lunes, 20 de julio de 2020

Vuelta a empezar

Empezó a llorar en el minuto treinta. Lo había preparado todo tan minuciosamente que había pasado por
alto los haces de luz que, desde su espalda, emitía el televisor silencioso. El marisco fresco, la carne de primera, el vino caro. Y la conversación perdida en algún lugar del comedor ¡Gol! Gritó él, ajeno al romanticismo. El marisco en la mesa, la carne en la nevera y la copa de vino sobre su camisa blanca. Y la última oportunidad, perdida. También para él. Y es que la vida se complica cuando amas a una mujer y estás loco por once hombres.

jueves, 16 de julio de 2020

Como mamá

Los zapatos vacíos llenaban uno de los armarios de la habitación. A Elsa le gustaba jugar con ellos;

soltaba su pelo, hacía aspavientos y taconeaba por el salón ante la sonrisa amarga de su padre.

-        Mira, papá. Soy mamá.

El pelo dorado, los ojos azules, los dientes blancos y alineados.

    -    Desgraciadamente, eres igual que ella. – Susurraba entre dientes mientras apuraba cigarros y lágrimas.

martes, 14 de julio de 2020

Mala suerte

Le obligaron a sentarse en el sofá, junto a sus zapatos nuevos y al vestido blanco prestado. Da mala suerte
que te vea antes de la ceremonia, le dijeron. Y mientras esperaba reflexionó sobre la suerte. La que tenía, la que le esperaba. Lo hizo tanto y tan conscientemente que cuando entraron a avisarla allí seguían el sofá, los zapatos y el vestido, pero ya no estaba ella.

lunes, 13 de julio de 2020

La carta de todos los años

Había pedido a los Reyes que le devolvieran a su papá, igual que los cinco años anteriores. Él escribía la carta y mamá le prometía echarla al buzón. Cada seis de enero despertaba con ilusión y se acostaba con resignación. Otro año más, los Reyes no habían leído su carta. Otro año más, un puñado de papeles rotos viajaban de basura en basura mientras mamá seguía despertando con ilusión y acostándose con satisfacción.

martes, 7 de julio de 2020

Victoria tardía

Cuando llegué estaban poniendo la mesa para la cena; vino para papá y agua para el abuelo. Desde que le habían diagnosticado la diabetes se pasaba el día junto al televisor y acariciando la cicatriz de la barbilla. El telediario hablaba de una exhumación y papá apretaba los dientes mientras llenaba un vaso de agua. El abuelo observó el retrato en sepia del joven que, contaban, había muerto en la guerra. Despacio, se levantó y llenó un vaso de vino que bebió de un trago. Después se sentó a la mesa y le vimos acariciarse la barbilla mientras cenábamos en silencio.

miércoles, 1 de julio de 2020

Genes

Le confesé a mi padre lo que había hecho en el partido de fútbol. Él nunca venía a verme y tampoco mostraba demasiado interés por mis historias. “He marcado dos goles con la zurda”, le decía entusiasmado con el balón bajo el brazo. Y él, desde el sofá, cogía la pelota y, con la derecha, tiraba siempre apuntando a la foto enmarcada del hombre vestido de futbolista que decoraba el salón. Pero era tan malo que casi siempre fallaba y, para disgusto de mamá, terminaba tirando alguna de las figuritas que había en el mueble.