martes, 10 de febrero de 2015

Pulseras



Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas para comprobar si realmente saben quienes son. Resulta demasiado monótono el trabajo en el hospital central. Siempre lo hago por parejas y nunca altero el orden de los turnos. Juan con Pedro, Antonio con Roberto, Miguel con Mario y así sucesivamente. Observan su pulsera durante un minuto y después les pregunto.
Hoy he estado con Pedro. He preguntado por su nombre y me ha respondido con el de su compañero. Le he dado el alta. Aunque no había cambiado ninguna pulsera.

viernes, 6 de febrero de 2015

Debo

Debo rendirle pletesía una vez más y hacerle saber que él es el amo de mis prioridades. Debo postrarme ante él, regalar sus oídos, hacerle ver que le admiro, hacerle partícipe de mi ideario, censurar mis errores y alabar sus aciertos. Debo volver al lugar donde todo comenzó, enseñar mis manos, lamer mis heridas y conseguir que se sienta satisfecho. Debo seguir trabajando, seguir cumpliendo órdenes, seguir escalando.

Debo dejar de llorar por las noches cuando apago la luz e intento conciliar el sueño. Debo dejar de tomar las malditas pastillas para poder dormir. Debo prometerme a mi mismo la próxima vez no seré tan cruel y no llegaré al extremo de hacer tanto daño. Debo dejar de ponerme esta ropa que me identifica como uno de ellos. Debo dejar de perseguir sueños imposibles. Debo dejar este trabajo.

Debo levantarme temprano, debo vestirme despacio porque tengo prisa, debo asearme con tacto para no parecer un desaliñado, debo ganarme su confianza, debo vender humo para parecer bueno en mi trabajo, debo templar los nervios, debo dejar el tabaco en la papelera y el alcohol en la barra del bar, debo tomar un café descafeinado, debo cruzar la ciudad, debo verle a solas. Debo acabar con todo esto de una vez. Debo matarle. Debo cerrar los ojos y sumirme en la oscuridad.

miércoles, 4 de febrero de 2015

El Ratoncito Pérez



Y dio otro bocado al bocadillo antes de sentir como se desprendía el incisivo.
- ¡Mira mamá, un diente!
- Déjalo bajo la almohada y el Ratoncito Pérez te dará una sorpresa.
Volví a reprocharle la frase.
- Solamente enseñas al crío a creer en tonterías.
Me miró de soslayo y me tendió el vaso de agua.
Desperté a mediodía. Me encontraba solo y en la mesilla descansaba el vaso de agua y un blister de somníferos al que le faltaban tres pastillas. Bajo la almohada, el diente de mi hijo y una nota escrita con mayúsculas.
“Nos vamos a un lugar donde creer en tonterías”. Firmado, el Ratoncito Pérez.