Vestía un elegante
traje de seda, camisa volanteada y, rematando el tenue maquillaje, una bella
máscara decorada con motivos dorados. Sus ojos negros escrutaban el canal mientras
caminaba hacia Rialto y repasaba cada uno de los pasos que habría de dar en el
baile.
-
¿Carlo?
Una voz desconocida llamó
su atención.
-
¿Nos conocemos?
-
Deberíamos, quizá.
-
¿Con quién tengo el honor de hablar?
Tras el refinado
traje de terciopelo y la máscara de plata, se encontraba una sonrisa brillante,
unos hipnóticos ojos azules y una sonrisa blanca y amenazadora.
-
Soy el tipo que convertirá el baile en histórico.
-
¿El anfitrión?
-
No exactamente.
-
¿Un cicerone?
-
Te vas acercando.
-
Un galán, supongo.
-
La suposición es el juego que conduce a la adivinación.
Una marea de gente
atestó el pasadizo. Tras un pestañeo, Carlo seguía allí, pero el caballero
había desparecido.
Se había olvidado de
él mientras bailaba con Olivia y cruzaba su mirada con las decenas de máscaras
que giraban a su alrededor. Palpó su cintura y sintió como sus cuerpos se
separaban un centímetro, justo la distancia que se desvió la mirada de su
prometida.