martes, 28 de marzo de 2017

El día que llueva

Llevaba tanto sin llover que había niños que no conocían el agua del cielo. Había adultos que dejaron de creer en milagros a medida que vieron como sus cosechas quedaban arrasadas por el calor impune. Los ancianos contaban historias de cuando la lluvia hacía crecer los ríos y las flores nacían en los vados. La gente, en general, había perdido la esperanza y en la roca del silencio, Julián y María se prometían medias verdades mientras intentaban dejar claro sus sentimientos.

- El día que llueva te pediré en matrimonio.

 Y María lloró en silencio porque sabía que aquello era una burla a su inteligencia, porque sabía que en aquella frase había más desprecio que compasión, más desilusión que aplomo.

Diez años parecían ahora una losa. Aquellos felices catorce, cuando jugaban a perseguirse en el patio del colegio, aquellos felices veinte cuando se contaban confidencias al oído y estos tristes veinticuatro cuando le había hecho saber que para ella era algo más que un amigo.

Y de repente, la frase. Y, de repente, el silencio.

Y de repente, empezó a llover.

Y de repente él se dejó caer por el precipicio. Y la lluvia tornó la tierra en barro, las lágrimas en mares y las promesas en condenas. Y el deseo se convirtió en condena.Y el recuerdo se convirtió en una losa.