martes, 23 de febrero de 2016

Encerrado

Las cuatro paredes son inmensas. Pese a ello, debe ser una manera de ver el mundo que le ofrece la sugestión, puesto que otras veces, las más, le parece estar viviendo en el país más pequeño del mundo. Es un lugar medianamente habitable; un colchón confortable y un par de estanterías con libros. Bajo la cama, un orinal y en la pared del fondo una ventana con vistas al patio. Le gustaría estar un poco más allá, en una calle llena de amigos y parques donde fumar un pitillo a escondidas.

- Quien incumple las normas se ve obligado a cumplir su castigo. - Había sentenciado su carcelero.

Y él las ha incumplido todas. Malas compañías, malas acciones y un mar de lágrimas detrás de cada reproche. Podría haber tomado el camino correcto, buscar un trabajo donde le obligasen a llevar corbata y ganar mucho dinero. No en vano, había sido un estudiante brillante. Matrícula de honor y menciones varias. Pero había sido mucho más excitante el salirse de la norma, el buscar un gramo detrás de cada esquina, el frecuentar callejones de perdición.

Apenas le había llegado a tomar el pulso a la facultad. Le habían educado diciéndole que tenía que ser un gran ingeniero, pero a él aquello le aburría demasiado. Tenía diecinueve años y más deudas que réditos. Sintió una punzada de necesidad y golpeó la puerta con rabia.

Escuchó los pasos primero y la voz firme después.

- Has incumplido las normas. Vas a cumplir tu castigo.

Intentó el recurso de la súplica. Hace años, cuando incumplía normas y terminaba recluído, generalmente le funcionaba.

- ¡Mamá, por favor! ¡Déjame salir!

Gritó desesperado antes de comprobar como el silencio se convertía en su única respuesta y como con él se iban difuminando, de golpe, los últimos vestigios de su más añorada infancia.