lunes, 30 de marzo de 2015

El rellano

Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa. Cada mañana llego a tiempo para ver salir a mi hijo camino el colegio y darle un beso de despedida. Hoy le encontré en el rellano, gritó “¡Papá!” y vi sonreír al portero. Por algún extraño motivo, se despidió de él antes que de mí.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Duelo al mediodía

Maldita sea mi estampa. Si yo solamente quería dar un paseo por París y buscar al jodido señor de Treville a ver si me consigue un enchufe. Desde que mi padre me dio la patada en el culo y la carta de recomendación para ver si su viejo amigo me metía en vereda, no he encontrado muchos momentos para el asueto. Me he gastado la bolsa de monedas en vino y mujeres. París es demasiado para un tipo de provincias. París está lleno de mujeres guapas y perfumadas y, sobre todo, está repleto de tipos altivos. Joder. Quién me mandaría a mí ponerme gallito con esos tres mosqueteros.

He quedado al mediodía con los tres debajo de no sé qué puente. Tendré que preguntar por aquí y hacerme el interesado, pero la verdad es que no me apetece nada que me atraviesen con una espada y que le digan a mi padre que su hijo murió por tonto. El chiquillo del Dartagnan, dirían, menudo pardillo.

Ahí están los tres. El jodido sol le da más temor al filo de sus espadas. El uniforme es precioso. Joder ¡Quiero ser mosquetero! Voy a ver si les convenzo. Oye, les diré, que os invito a unos vinos y pelillos a la mar. Con la espada me defiendo, les intentaré convencer, con un poquito de práctica igual me hago mosquetero y nos corremos unas aventuras... o simplemente nos corremos. Jejeje. Que con el uniforme este se tiene que follar un rato. Voy a ver si me los camelo. Igual, si lo consigo, con el paso del tiempo, algún escritor me dedica una novela.

miércoles, 18 de marzo de 2015

El tobogán de la derecha



- Le cobran en aquella fila de la izquierda, si no le importa, apártese, que tengo a mucha gente esperando.
La fila llegaba hasta la puerta, recogió el impreso y observó a San Pedro haciéndole un ademán para que se apartase. En la izquierda, solo dos ancianas esperaban ante la ventanilla de cobro. El resto, con sus uniformes de militar, de sacerdote y sus trajes de político, iban bajando uno a uno por el tobogán de la derecha.
-  ¿Por qué ellos viajan gratis? – Preguntó al ángel con pinta de funcionario.
 - Ellos ya hace tiempo que vendieron su alma.

martes, 17 de marzo de 2015

Bikini

Cada mañana me siento a esperar, echado sobre la tumbona, a que los niños aparezcan con su flotador saltando sobre el césped. Tomo un granizado, a sorbos desde la pajita, y lo voy dejando en el suelo mirando de soslayo el hielo blanco que se va acumulando sobre la parte superior del vaso. Me ajusto las gafas de sol, un poco de agua me salpica en los pies y en ese momento sé que los niños ya están chapoteando en la piscina y que su madre caminará, con su paso lento y agradecido, hacia la sombrilla del lado opuesto.

Verla quitarse el vestido playero es una de las sensaciones más oníricas que he experimentado nunca. Creo verla en mis ensoñaciones nocturnas, no puedo dejar de pensar en el torso abultado, las piernas firmes, carnosas, apetecibles, y en la cadera ancha, dulzona, provocativa a más no poder. Se sienta frente a mi, con su bikini blanco y sus pechos turgentes apuntando hacia algún lugar del cielo. No puedo moverme de allí, sorbo el granizado, busco el agua para apartar mi quemazón y el bulto de mi entrepierna se va haciendo más pequeño a medida que el agua fría relaja mis instintos.

Así pasan mis mañanas. Observando un bikini blanco y apagando mi fuego con el agua fría de la piscina. En dos días terminará mi onanismo en la habitación del hotel, mis sueños de verano y mis granizados matutinos. No volveré a verla y quizá, con un poco de suerte, el próximo verano, si vuelvo a disfrutar de unos días de asueto, volveré a encontrar a otra cuarentona maciza con la que protagonizar mis fantasías. En dos días volveré al trabajo, volveré a ser un mulo de carga, volveré a estar solo en casa y volveré a saber que mi única libertad se viste de mañana calurosa junto al agua fría de una piscina quince días al año.

martes, 10 de marzo de 2015

Pulseras



Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas mientras les llamo la atención para que me miren a los ojos. Unas veces les atormenta la vergüenza y otras veces el miedo. Hoy he notado un par de miradas de odio y para apaciguar los ánimos he vuelto a sacar el látigo. Mientras, juego a estar con una imaginando que estoy con otra y ella me suplica por una dosis de compasión. Me aburre tanta rutina. Debo buscarles nueva compañía. Hace tiempo que no siento esa emoción al leer en el periódico la noticia de la desaparición de una jovencita.

martes, 3 de marzo de 2015

El boleto de lotería

- ¿Crees que alguien te vio rellenar el boleto?

La mujer observaba a su marido caminar nervioso por la habitación. Tenía las mangas de la camisa arremangadas y los zapatos desatados. Había dejado las gafas sobre la cama. Justo al lado del boleto de lotería premiado.

- El tío Rino... No sé.. Quizá... Tal vez no...

Balbuceaba. No estaba segura de nada. "Rellené el boleto y él estaba allí, detrás de mí". Intentaba recordar. O intentaba creer lo que había sucedido. "Creo que miraba los números" ¿Los habría memorizado? Quien lo sabría. Existe gente capaz de recordar lo más complejo y olvidar lo más liviano.

- Maldita sea.

El marido miraba por la ventana, inquieto. Cuando volvió la cabeza supo que aquel gesto delataba más miedo que sorpresa y más sorpresa que tranquilidad.

- El hijo del tío Rino está abajo.

 La mujer supo al instante lo que aquello significaba. El hijo del tío Rino era un delincuente peligroso. Si hacía más de dos años que no le veían era porque había pasado una buena temporada en la cárcel. Sus especialidades eran el robo y la extorsión y no se cortaba un ápice a la hora de emplear violencia. Si el hijo del tío Rino estaba allí era, y no cabía ningún lugar para la duda, para hacerse con el boleto de lotería premiado.

- Nos torturará, nos matará, se llevará el boleto y nos quemará. - Dijo la mujer con angustia.
- Hay que romper ese boleto. - Sentenció el marido con rotundidad.

Aquella era una medida drástica, casi dramática, pero, a fin de cuentas, era la mejor salida para aquella angustiosa situación.

- ¿Y que le diremos?
- Que lo perdimos. O que no llegaste a sellarlo. O que lo regalamos a la caridad. - Hizo una pausa. - Debe saberlo. Debe ver que, con el tiempo, no hemos cambiado nuestro tren de vida. Seguiremos siendo pobres. Pero estaremos vivos.

La mujer le acercó el boleto y el marido lo rompió en dieciséis pedazos que terminó quemando sobre un desgastado cenicero.

Se abrazaron, se secaron las lágrimas y volvieron a asomarse a la ventana. El hijo del tío Rino permanecía abajo, apuraba un cigarrillo y sujetaba la puerta del portal para dejar salir a cuatro tipos que portaban un ataud de bajo costo. Una gota de lluvia mojó la madera desgastada y el matrimonio se miró incrédulo. Abrieron la ventana, el hijo del tío Rino seguía mirando al suelo, como intentando no recordar los malos años que había pasado en ese mismo portal, en ese barrio de almas corrompidas.

- ¿Qué ha pasado? - Preguntó el marido en voz alta esperando que el viento y la lluvia no se llevasen sus palabras.
- El tío Rino.- Contestó un vecino. - Murió ayer por la tarde, el pobre, cuando volvía de su paseo.

Se separaron, dejaron de tocarse, dejaron de mirarse, dejaron de compadecerse. Dejaron de reir. Dejaron de temer. Dejaron de soñar.

En la mesa, y aún humeante, un papel donde habían podido leerse seis números premiados se deshacía en cenizas sobre un cenicero gastado.