lunes, 18 de mayo de 2009

Casa para doce, trabajo para una

Mariana tenía el cielo ganado desde hacía ya varios años. Se casó tan joven como sus ansias se lo permitieron y pronto se convirtió en una conejita alumbradora de criaturas. Hasta cuatro salvajes fueron saliendo de su cuerpo hasta que la economía dijo basta y la paciencia dijo esta es la mía. A los quehacere como madre, añadió siempre los de esposa responsable y abnegada. Faltaría más para una mujer de su casa educada en el seno de una familia católica y apostólica. Lo de la comunión diaria lo dejó a sus antecesores pues para ella el tiempo signficaba más oro que sermones.

Cena para uno y merienda para dos. Desayuno para tres y comida para cinco. Así día a día; mientras despedía al marido abrillantándole los zapatos, despertaba a los dos mayores para que no llegasen tarde al instituto. También tenía que bañar al pequeño y consentir al tercero de los cuatro para que no cayese en las garras de los celos.

Por si no tenía bastante, tuvo que acoger a sus suegros cuando estos cayeron enfermos. Y al baño matutino del niño pequeño, se sumaba el de los dos ancianos. Meses después, fue su padre, quien después de quedarse viudo, se presentó en su casa en busca de cobijo, compañía y comida caliente. A la tarea de sumar un cuidado más, añadió la de tener que soportar discusiones entre dos cosuegros que nunca se tragaron. Pero por si aún eran pocos, no parió la abuela sino la novia del hijo mayor que, en un arrebato de calentura, se quedó embarazada y tuvo que acudir a la acogida de su suegra una vez que sus padres la habían echado de casa.

Las comidas y las cenas se habían multiplicado por dos, las lavadoras se multiplicaban por tres y la plancha se multiplicó por cuatro. Como ya eran mayorcitos, todos tenían la suficiente capacidad para hacerse su propio desayuno, eso sí, lo de fregar el vaso y recoger la mesa ya era tarea de madre. Igual que lo era doblar los calcetines, guardar los calzoncillos y reponer cada semana la nevera para que a los dos días hubiese sido asolada por el ansia devoradora.

Pero Mariana se plantó el día que su cuñada echó de su casa al golfo de su hermano. Allí se presentó el rufián buscando un hueco donde no lo había. Le preparó comida y cama y se arregló para salir después de catorce años encerrada entre cuatro dormitorios, dos baños y una cocina. Vació el armario y se marchó sin decir nada. En su casa, aún hay once personas que esperan impacientes un plato de comida caliente. Viven rodeados de cucarachas y los cacharros salpicados de migas y cerveza barata, se apilan uno tras otro sobre el fregadero y la encimera de la cocina. La cuenta corriente que un día fue compartida por un matrimonio hoy no tiene un duro y cada primero de mes una nueva tarjeta postal es depositada en el buzón por el cartero. En ellas pueden ver las imágenes más bonitas de los países del mundo. Mamá dice que está bien, pero que no se acuerda de vosotros.

3 comentarios:

Sagra dijo...

AAhhh, jajajajaja! me parece muy bien lo que mariana ha hecho, que le den por saco a la familia y a todo y desapareciendo lo único qe ha hecho es que su familia se diera cuenta de lo que tenían y no apreciaban hasta que la mariana ésta se ha pirao con el dinero y...a vivir que son 3 días, ella ya tiene el cielo ganao.
Chaooooooo

SUULKA CREACIONES dijo...

que vida , pero cuantas marianas hay aun en el mundo ehhh , menos mal k hoy en dia la mujer abre los ojos y las tareas son medio compartidas, digo medio porque eso de planchar , limpiar el polvo y otras tantas cosas a muchos hombres como k no , asi k nos lo seguimos comiendo las marianas , ains que voda esta .
un saludote pablo y felicidades por estos relatos k se hacen muy amenos.

Angela dijo...

Que duro es la vida de una madre y que poco agradecida esta, poco mal hizo Mariana yendose de su casa, y es que todo tiene un limite y un simple gesto como recoger la mesa despues de comer no es tanto esfuerzo, pero todo va a las madres