miércoles, 3 de junio de 2009

El dragón caprichoso

Ante la soledad, resurgen siempre las inventivas. Como no había nadie que le quisiese en doscientos mil kilómetros a la redonda, al dragón de Cachupbtel le gustaba salir de noche y jugar al miedo con las parejas de adolescentes. La primera vez que espió a dos jóvenes haciendo el amor, regresó a casa con el miembro inflamado y la muñeca desgarrada; no podía imaginarse que aquello de la masturbación fuese tan costoso.

Como no tenía dragona a la que amar ni agujero donde reclamar sus ansias, viajaba cada noche hacia su recodo favorito del bosque para verles hacer el amor y darse placer a sí mismo mientras se imaginaba en el mismo auto y en la misma postura. La primera vez que le vieron, se dejaron por el camino el auto, la garganta y unas braguitas blancas bordadas con encaje. Como le gustaron tanto el olor a hembra encendida como la textura de una tela que nunca había imaginado tan suave.

Como quiera que se encaprichó de aquel tacto, cada noche regresaba sigilosamente al lugar para esperar entre los árboles a hacer su aparción estelar y llevarse de recuerdo unas nuevas braguitas para su colección. Cuando llenó su primer estante, hubo de encargar, miedo mediante, al carpintero de la comarca que le fabricase un nuevo armario para su colección de ropa íntima. Los amantes de Cachupbtel, asustados ante su presencia, dejaron de ir al bosque y buscaban refugio amoroso en los sótanos de las casas intentando que ni el dragón, ni el padre de las chicas, se enterasen de los escarceos.

Fue cuando prendió fuego a la primera casa, cuando las chicas dejaron de comprarse bragas y los chicos dejaron de sentir la lívido encarnizarse sobre su deseo. Ahora las chicas bajan a la compra sin ropa interior y, aun en su deseo, no encuentran sosiego para sus ardores pues no hay chico punible para el amor. A los chicos ya no se le levanta y el dragón hace tiempo que no sale de su cueva; triste y compungido, hecha de menos aquellas noches en las que jugaba a espiar y regresaba a su guarida con un calentón de muerte. Sus llamas apagaron otras llamas y ahora la especie humana se extingue en Cachupbtel. Ya no hay fecundaciones, ya no hay niños, ya no hay miedo a los dragones. El mundo se acaba por culpa de un puñado de bragas mojadas.