lunes, 23 de enero de 2023

El tío Ignacio

El tío Ignacio sorbía la sopa y a nosotros nos parecía el sonido más desagradable del mundo.

Desde siempre, nos habíamos reunido toda la familia en casa de los abuelos para celebrar la Nochebuena alrededor de un plato de sopa.

La tradición databa de muchos años atrás, cuando la abuela apenas podía reunir dos puerros, un hueso y un puñado de fideos. Todos sus hijos era felices cenando sopa en Nochebuena y cantando villancicos al son de la zambomba.

El tío Ignacio era un tipo extraño. Nunca se llevó bien con el abuelo. Nadie se atrevía a censurarle y cenábamos en silencio esperando a que terminase su plato y el abuelo agarrase la zambomba.

Solo que el abuelo aquel año no estaba.

Nos había dejado un mes atrás, víctima de un infarto y dejando un legado de sonrisas y buenas palabras.

Por ello, aquella Nochebuena cenábamos más en silencio que nunca.

Hasta que se escuchó una voz.

-        ¡Deja de sorber la sopa de una puñetera vez!

Todos nos miramos extrañados. El tío Ignacio nos observó con desgana y siguió sorbiendo. Volvimos a agarrar la cuchara cuando la voz volvió a retumbar en el salón de la vieja casa.

-        ¿Es que no me has escuchado?

Lo habíamos escuchado todos. Nos miramos entre asustados y sorprendidos.

Cuando el tío Ignacio volvió a agarrar la cuchara, la abuela le dijo con voz tranquila.

-        Haz caso a tu padre por una vez en tu vida.

Entonces el tío terminó su sopa en silencio.

La cortina se movió hacia adentro impulsada por el aire aunque ninguno recordábamos haber dejado la ventana abierta.

Y a lo lejos se escuchó el sonido de una zambomba.

La abuela se levantó a recoger los platos y todos percibimos el olor del cordero haciéndose en el horno.

lunes, 16 de enero de 2023

Indicios

En la mansión el jefe grita con cólera y rompe con un bastón todo lo que tiene por delante. Hay un coche en la puerta, esperando una orden, para salir corriendo sin mirar atrás. El televisor, en voz baja, da la noticia de la incautación de un barco con varias toneladas de cocaína. Es el fin.

En el barco, Mateo examina las huellas y recoge indicios que guarda en una pequeña bolsa de plástico. Enguantado y con un mono incómodo, es fácil de reconocer como un miembro de la policía científica. El chivatazo era bueno, piensa. El sonido de los helicópteros sobre el puerto le hace retroceder. Busca un hueco y saca un teléfono móvil.

En la mansión, el jefe escucha una vibración sobre la mesa y se abalanza para leer el mensaje. “Pruebas controladas, no hay indicios”. En ese momento resopla y ordena al chófer guardar el auto. Llama al contable y le ordena hacer un abono en la cuenta de Mateo. Con discreción.

En la celda, sin embargo, todo son nervios. El capitán y el contramaestre tienen el agua al cuello y le han dicho al comisario que están dispuestos a declarar. Lo mismo han afirmado los otros dos tripulantes, aún no identificados. El inspector Mateo tiene pruebas que inculpan a todos, sólo hay que tirar del hilo y llegar hasta su jefe. Pero la noche es larga y la mañana demasiado corta. Todos han amanecido colgados por el cuello con una sábana atada alrededor. Remordimientos, dijeron. O miedo. También.

En la mansión, el jefe toma una copa satisfecho y hace balance de pérdidas. Necesita a alguien más y se pregunta si Mateo estará dispuesto a ofrecerle mayor cobertura. No importan más gastos superficiales mientras no vuelva a sentir la necesidad de salir corriendo de su casa.

lunes, 9 de enero de 2023

Brillo esmeralda

Mientras caminaba por el andén reconoció los ojos verdes de Almudena. No la veía desde el instituto, pero tantas noches en vela evocando los besos que nunca le dio, le ayudaron a rememorar aquel brillo esmeralda incluso desde el andén contrario. Levantó una mano tímida y ella frunció el ceño extrañada. Entonces llegó el tren, ella desapareció entre la gente y encontró un hueco junto a la ventanilla. Él la observó alejarse y, justo cuando iba a desaparecer, la vio abrir los ojos y regalarle una sonrisa. “Hasta siempre”, musitó. Y el sonido del tren llegando desde su izquierda apagó el eco de su garganta.