jueves, 25 de noviembre de 2010

Regreso a casa

Todas las tardes regreso a casa después de mis partidas de mus junto a mis antiguos compañeros de oficina. Desde que no tengo nada que hacer me resulta más fácil pensar y más difícil regresar para volver a verte.

Hace tiempo que te veo charlar con otra gente, que no te escucho mencionar mi nombre e incluso has quitado mi retrato de la mesa del salón.

El otro día quemaste el poema que te escribí mientras contemplaba tu rostro en el bosque. Estabas preciosa con aquella flor sobre la oreja.

Lo hacías mientras hablabas por teléfono y asegurabas que yo había sido el mayor error de tu vida.

Hoy has dormido con otro hombre y le has dicho aquellas dos palabras que a mi tanto me gustaba escuchar cuando salían de tu boca.

Ya no sé si creerte. No has cumplido la última promesa que me hiciste. Fue el día después de que el autobús de empresa que nos llevaba a la convención cayera por un precipicio.

Mi cuerpo estaba en aquel ataúd pero yo te podía ver perfectamente desde aquí arriba.

El negro te sentaba tan bien.

Aún recuerdo como te arrodillaste sobre la caja y prometiste que nunca me olvidarías.

Te va a crecer la nariz maldita hija de puta.

martes, 23 de noviembre de 2010

Rueda de reconocimiento

La llevaron a una pequeña sala de paredes desnudas y frío estremecedor. Hacía cinco días que había puesto la denuncia por violación y la policía ya había cazado a unos cuantos sospechosos para ponérselos en bandeja de plata. El inspector Moreno le habló con cariño y cuidado.

- Puede usted estar tranquila. No podrán verla.

Cuando descorrieron la cortina pudo vislumbrar, cegada por el fulgor de los focos que alumbraban la sala tras la cristalera, a cinco hombres con el rostro tapado y el cuerpo totalmente desnudo.

Era, sin duda, la situación más rocambolesca en la que se había metido en toda su vida. Después de aquella salvaje intercepción en pleno portal, no le quedaba más recuerdo de aquel hombre que no fuese el de un lunar en la parte superior de su pene. No pudo ver más, ni ojos, ni boca, ni nariz, solamente un pene enorme coronado con un lunar que la condujo a lugar que nunca pudo haber imaginado.

- Tómese su tiempo. - le dijo el inspector.

Los sospechosos bajaron sus calzoncillos al escuchar la orden y pudo divisar cinco lunares perfectamente colocados en la parte superior de cada uno de los penes. Pero ella recordaba exactamente como era aquel lunar. Era exactamente igual al que tenía el sospechoso que estaba situado más a la izquierda.

- Ese es. - Dijo con la voz firme, mientras señalaba a un sospechoso equivocado.

- ¿Está usted segura?

- Sí.- Contestó esta vez mirando al suelo para que el inspector no descubriese en su mirada aquel hilo de mentira.

Observó como un agente vestido de uniforme se llevaba del brazo al sospechoso señalado mientras, por el otro lado, el auténtico violador se marchaba con paso firme por la otra esquina del escenario. Si le dejaban libre y ella volvía a frecuentar la calle en la que todo había ocurrido, quizá, con un poco de suerte, volvería a ver aquel lunar mucho más cerca esta vez.

martes, 16 de noviembre de 2010

Ojos de miedo

Lo primero que divisó fueron ojos de miedo. Miedo a la muerte, a la indecisión, a lo esperado y, aún más, a lo inesperado. Apuntó con la mirada firme, mientras intentaba divisar a la gente por encima de la tela del pasamontañas. Al menos, la lana que le cubría la cara podía darle un aspecto más temible y disimularía su gesto de incertidumbre. En el fondo, él también tenía miedo. Miedo a la cruda realidad, miedo a ser encerrado, miedo a ser descubierto y pasar toda la vida saboreando el amargor de la vergüenza.

No podía esconder la mirada y es por eso que quiso divisar un gesto de confianza por parte del tipo que se mostraba sin temor detrás del cristal acorazado. Intentó poner voz de tipo duro y le ordenó salir mientras tomaba por la fuerza a una joven que andaba agachada por allí.

No pensaba hacerle nada, pero tampoco quería que la situación se pusiera mucho más complicada. Cuando al fin vio salir al cajero y asió con fuerza la bolsa del dinero, disparó al aire para descargar toda la tensión y se marchó por la puerta intentando disimular una discrección imposible.

Salió a la calle y se arrancó la máscara al tiempo que corría en direción a su coche. Mientras huía, y escuchaba la sirenas de la policía sonar a lo lejos, pensaba en lo dulce que resultaba el sabor de la venganza. Tal y como le habían dicho.

Hacía unos meses era un empleado ejemplar, un director de sucursal sin sobresaltos, un padre de familia íntegro y un ciudadano a imitar. Ahora era un tipo en paro, despedido por un trepa sin escrúpulos y buscando en la misera un lugar para sus hijos.

No había hecho si no llevarse lo que era suyo y, de paso, dejar constancia de que aquel lugar era menos seguro ahora que no estaba él.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El viejo escritorio del abuelo

El anticuario me observó con esa cara de pocos amigos que únicamente gastan aquellos que tienen una esquirla en el recuerdo mientras observaba la fotografía que le había sacado al viejo escritorio del abuelo.

Hacía dos meses que papá había dejado en él su particular nota de suicidio. Fue cuando supo que yo no era hijo suyo. Mi madre, avergonzada por los pecados de su juventud me había confesado quien era mi verdadero padre.

El escritorio ya no estaba en casa y yo quería creer en maleficios. Me acerqué a la tienda del anticuario y, además de un camión de mudanzas, encontré una nota escrita a bolígrafo pegada en la puerta: “Cerrado por defunción”.

Los operarios traían los muebles de la casa del anticuario para ampliar la exposición. Una mujer de luto les indicaba y los chicos dejaron sobre la acera el viejo escritorio del abuelo. Entonces sonó el teléfono móvil. Era mi madre.
- Tu padre ha muerto. Dicen que se ha suicidado.
- Lo sé. – Contesté mientras observaba el escritorio con satisfacción y me preguntaba cuándo tendría yo aquella cara de pocos amigos que únicamente gastan aquellos que tienen una esquirla en el recuerdo.

Entonces regresaría allí para recuperar lo que era mío.