jueves, 28 de abril de 2022

A dos milímetros

Una sala oscura, una luz que refulge, un sonido estridente y un silencio sepulcral desde las butacas. Se adivinan dos cabezas y una docena de filas vacías. Se acomoda atrás, nervioso, algo alterado, quizá a punto de salir corriendo. Aún le bulle la mentira y le carcome la culpa. Pero en el fondo sabe que necesita hacerlo. Los instintos, cuando arden, son capaces de quemar cualquier atisbo de compasión. Y no es que no quiera a su mujer, joder, no, no es eso, es que necesita apagar un fuego y entregarse al caudal de sus necesidades primarias.

Está en el lugar acordado. Sin familia, sin mirones, sin remordimientos. Todos acuden allí para entregarse al placer, todos acuden allí redimiendo su pecado. Es una sala de cine vacía, donde un tipo se masturba y otro espera, como él, a que llegue su compañía. Es la última sala X de la ciudad, el último bastión para tipos que han de verse en secreto y abandonar la excitación heterosexual para probar la carne masculina. Por más que en la pantalla dominen las mujeres desnudas, aquel es un lugar para el consumo homosexual. La última fortaleza.

Cuando siente el aliento a su lado, sabe que no tiene escapatoria, sabe que la marcha atrás sólo es un recurso para terminar con la sodomía y volver a casa con la conciencia manchada y el alma satisfecha. Toda una vida escondiéndose, ya fuese en baños, en bocas de metro o en cines clandestinos. Toda la vida huyendo de la sociedad y confirmando la teoría de una frustración mal gestionada. Se puede querer sin amar y se puede amar sin querer. Todo es cuestión de prioridades y la suya, en aquel momento, está a dos milímetros de su piel.

miércoles, 20 de abril de 2022

Purita

A Philip le llamó su jefe cuando estaba enfrascado en el nuevo guion.

-        Olvídate de eso. Quiero que hagas un guion para jovencitas.

-        ¿Para jovencitas?

-        ¿No me digas que no eres capaz?

 

Pues claro que era capaz. Y si no lo era siempre le quedaba recurrir a su mujer, ella había sido una niña aventurera y soñadora, qué mejor ayuda que esa.

Pura llevaba unos años en Bruguera y empezaba a aburrirse como una ostra. Dibujitos infantiles, bocetos para niñas grandes y alguna que otra concesión a la demanda masculina. Y siempre, siempre, el mismo comentario: “Qué bien lo haces para ser mujer”.

Pues claro que lo hacía bien. Lo hacía incluso mejor que aquel Vázquez que nunca aparecía por la editorial o que aquel Ibáñez que se pasaba el día dibujando sin levantar la mirada de la mesa.

Ni tanto ni tan calvo.

Así que anda enfrascada en su boceto cuando el señor Víctor Mora le requiere en su despacho.

-        Es urgente. – Le advierte.

 

Así que se planta delante del jefe, con los brazos cruzados y atiende a sus palabras.

-        Necesitan un dibujante para una editorial inglesa.

-        Pero yo no puedo irme a vivir a Inglaterra.

 

A Pura le encanta Inglaterra y le encantan sus costumbres. Hace un tiempo pasó allí tres meses y fueron los más fascinantes de su vida, pero ahora su mundo está amueblado por un matrimonio y un hijo pequeño y no puede abandonar España así como así.

-        Tranquila, no tendrás que ir a vivir allí.

 

Y, tras tranquilizarla, el señor Mora le explica el proyecto.

-       Una editorial necesita unos dibujos para crear un personaje que iría como novedad en una revista de tirada nacional.

-        ¿Y querrán mis dibujos?

-        ¿Por qué no?

-        ¿Les ha hablado de mí?

-       No, pero a mí me basta con saber que usted dibuja muy bien, señora Campos. Además, el trabajo no es seguro, están tanteando a varias editoriales y serán varios los dibujos que se presentarán a la prueba.

  

Philip no para de abrir sobres y comprobar cada uno de los dibujos. Masculla un gruñido con fastidio. “Nada de esto es lo que busco”.

Abre un último sobre. España. “A ver qué me presentan estos”. Los ojos se le salen de las órbitas, la boca se llena de saliva y le sudan las palmas de las manos. Nervioso, excitado y eufórico, exhala un grito.

-        ¡Es justo lo que buscaba!

 

Pura lleva ya más de tres años dibujando para Philip y Philip lleva más de tres años encantado con Pura. Se han visto en otras tantas ocasiones, ya que una vez a la año, Pura viaja a Londres para departir con Philip y sugerirle ciertos cambios en la historia de Patty, la adolescente británica que enamora a la juventud y cuyos derechos ha adquirido Bruguera en España para comercializar en los quioscos. El nombre de Patty, claro están, no suena nada Español, así que la primera tirada, dentro de la revista Lily, se titulará “Esther y su mundo”. Creen que puede gustar.

Carlos lleva cuatro años enganchado a los comics de su hermana. Los lee a escondidas, en el baño, y siente un profundo amor por la niña Esther, a quien ha visto crecer y convertirse en una estudiante modelo y una joven ejemplar. “Algún día yo también haré algo parecido”, se dice. Y se duerme soñando con la vida adulta de Esther mientras es él quien guioniza todas las andanzas de una madre soltera con ganas de seguir conquistando el mundo.

A Pura le han dicho que pare de dibujar. Lleva diecisiete años pintando la vida de Patty y a la editorial se le han acabado los recursos al tiempo que a Philip se le han acabado las ideas. No es ningún drama, está tan agotada de Esther que necesita darle un descanso. Montará una galería, o volverá a diseñar moda, quizá monte un taller de dibujo. Hay muchos proyectos, hay mucho futuro.

La galería de arte fue un fracaso, la moda estuvo bien, pero daba muchos dolores de cabeza y el taller de dibujo fue todo un triunfo. Pero los años han traído canas, arrugas y ganas de descansar. Pura ya no es joven, se ha jubilado y visita las ferias de cómics con la sensación de que el mundo no ha sido agradecido con ella y de que los fans apenas saben quién es la persona que había tras el mundo de Esther. Uno de los organizadores de la feria de La Coruña se dirige a ella en tono expectante y con un brillo en los ojos capaz de iluminar todo el pabellón.

-        Hola, Purita Campos. Soy un admirador y tengo una propuesta para usted.

 

Carlos se lo cuenta todo a Pura y Pura vuelve a dibujar. Carlos ahora es Philip y Esther es una mujer de cuarenta años con una hija tan pizpireta como lo era ella de joven. Desde su posición de madre soltera lucha para que su hija se eduque en los valores que a ella la hicieron fuerte y los fans vuelven, durante un par de años, a emocionarse con las aventuras de Esther y su mundo de sueños y realidades.

Por eso, cuando Pura cierra los ojos por última vez, Carlos sabe que no se ha marchado una persona normal sino que el recuerdo vivirá para siempre para honrar a una persona extraordinaria. Ni aquel Vázquez que tan poco acudía al estudio, ni aquel Ibáñez que no salía de él, podrían igualar jamás la repercusión que Purita tuvo en el mundo con sus dibujos.

Una lágrima recorre la mejilla. Carlos cierra el libro y lo guarda en la estantería. Ahí queda Esther y su mundo perfecto sin su madre, ninguneada durante gran parte de su vida por este mundo imperfecto.

lunes, 4 de abril de 2022

Buscando su libertad

Los pasos son tan rápidos como se lo permite su cabeza y su cabeza no funciona más allá de dos por hora. Choca con el hombro de un tipo al que no ha visto venir, mira al suelo y ve lo mismo que cuando mira al frente, los pies arrastras y los brazos caídos, una nebulosa forma frontera con su realidad y un dolor en el pecho es su único conducto de comunicación entre el deseo y el mundo de las verdades.

La abstinencia es igual de dolorosa que la dejadez. Las ropas están sucias, raídas y la carne está rasgada y huele orines y a sudor rancio. Las dos últimas noches las ha dormido en el descampado después de no encontrar sitio en ningún chamizo. Gana veinte euros pegando un palo e inmediatamente regresa de vuelta a Las Barranquillas a por su dosis diaria de desconexión.

Uno de los coches que se dirigen por el camino hacia el depósito municipal pasa a su lado sin que él sea consciente ni de su presencia ni de su peligro. El sonido del claxon, estruendoso, altera su sistema nervioso y provoca la protesta, poco airada, la verdad, del resto de zombis que, como él, buscan su dosis diaria en la chabola de Los Gallos. No hubiese sido el primer muerto por atropello en aquel infierno de jeringuillas, muertos vivientes y deshechos de toda clase. Al último, después del atropello, le dejaron en una cuneta hasta que la policía vino a recogerle y no recibió respuesta alguna sobre los detalles del coche que se había dado a la fuga. No les importó porque allí no importaba nadie, porque allí sólo importaba vivir un día más hasta que el último les atrape con los ojos en blanco y la sonrisa puesta. Por supuesto, sin dientes y sin aliento.

Tiene la boca seca y una convulsión en el cuello. Ni quiere agua ni quiere descanso, lo único que quiere encontrar es una puerta, dejar un billete de veinte arrugado que lleva en el bolsillo y llevarse su dosis veinte metros más allá, donde otros como él duermen el sueño de los justos y la pesadilla de los injustos. Con la ansiedad perpetrando un plan dentro de su pecho alcanza un lugar en la tierra y, a duras penas, consigue sacar del bolsillo la cuchara, el mechero y la jeringuilla ajada por el uso. Con pulso de cirujano, como si la abstinencia hubiese dejado, de repente, de nublar su vista y hacer temblar sus manos, llena el émbolo y dirige la aguja hacia una vena agujereada junto a su tobillo. Un segundo más tarde yace tendido en el suelo con los ojos abiertos, la boca desencajada y las piernas estiradas. No hay mundo, no hay tiempo, no hay colores. Tan sólo hay paz y eso tan manido que llaman libertad. Vuelve a ser libre. Vuelve a ser el hombre que siempre quiso ser.