martes, 22 de noviembre de 2016

Algún día

"Algún día viviremos bajo un cielo estrellado y cantaremos coplas a la luna mientras dejamos como su luz alumbre nuestros rostros de penumbra. Entonces te robaré un beso y susurraré una canción en tu oído para hacerte saber que te amo. Algún día te prestaré mi mano y te conduciré a ciegas hasta el país del deseo. Algún día este paraje será nuestro hogar porque nuestros recuerdos vivirán de este instante de magia.

"Algún día nos miraremos a los ojos y sobrarán las palabras porque no serán sino mensajeras mudas de lo cierto. Algún día bajaremos al recreo del deseo y daremos rienda suelta a nuestras habilidades y sabrás que has estado esperándome toda tu vida mientras jadeas palabras de amor. Algún día sabrás que soy tuya porque harás de mí una mujer perfecta por la única condición de haberme convertido en tu amante.

"Algún día sabré que hice bien en mirarte, sabré que acerté en elegir tus ojos como príncipes de mi sueño, tus labios como reyes de mi deseo, tus manos como abrigo de mi ímpetu. Algún día, quizá, algún día, me acerque hasta a tí y me atreva a saludarte. A lo mejor algún día llegas a saber quien soy. A lo mejor consigo que me mires algún día."



lunes, 26 de septiembre de 2016

La puerta cerrada



El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso y las uñas arañan el suelo mientras intento, en vano, alcanzar la puerta de la habitación. Intento pedir ayuda pero el único sonido que nace en mi garganta es un suspiro de dolor que, acompañado de una baba, me hace comprender que mi lengua también se ha dormido. Escucho pasos, la puerta se abre y una mano deposita una pastilla en el suelo.

-       -   Será rápido. – Dice la voz. – Aún más efectiva que el veneno que había en el vino.

La frente en el suelo y la puerta, de nuevo, cerrada.

martes, 19 de julio de 2016

Agua

Me quejaba de las tormentas. Gruñía cuando me levantaba y observaba ese cielo nublado que me ensombrecía las intenciones. Protestaba cada vez que tenía que echar mano del paraguas y caminar con la mano alzada para evitar empaparme el traje. Me molestaba tener que esquivar charcos y sentir el agua calarse bajo el calcetín mientras el frío calaba mis pies y me hacía temblar aterido. Me enfurecía llegar a casa y correr hacia la ducha para sentir el agua caliente mientras la ropa sucia se acumulaba sobre el suelo mientras formaba un charco de insulsa fealdad.

Me quejaba del equipaje. No me cabía en la cabeza que tuviésemos que necesitar tres mochilas para emprender un viaje de dos semanas por África. Una mochila para la ropa, otra para los enseres y la última para el agua. Maldita agua, yo pensaba que no escasearía y me di un festín en los primeros días. Hacía calor. Y humedad. Y terminábamos agotados. Nadie podía prever que la avioneta que habría de llevarnos a cruzar la frontera sufriera esa maldita avería. Ni que sería el único superviviente en un viaje de tres personas, incluído el piloto.

Me quejaba de los lagos cuando estábamos en el norte. Me quejaba de aquellos fangos que había que sortear, de aquellas charcas interminables que había que pasar en coche mietras las salpicaduras de barro pintaban mi cara de lunares incoherentes. Me quejé tantas veces que ahora miro atrás y maldigo mi suerte. "Ten cuidado con lo que deseas, pues algún día se puede cumplir", me dijeron una vez. Desee no más tormentas, no más bultos en mi espalda y no más charcos en el suelo. Desee no más agua y ahora que muero de sed mientras trato de soñar con que alguien me encuentre en este desierto de interminable arena, deseo haberme cortado la lengua y haber cercenado mi pensamiento. Necesito agua y la repudié. Necesito vida y yo mismo me la bebí.

martes, 21 de junio de 2016

Por fin quietas


“Por fin quietas”, susurré aliviado mientras observaba a las ancianas muertas. Hacía mucho tiempo que se reunían para molestarme con aquel alfabeto pintado en una tabla. Tuve que recurrir al manual y aprender a desenganchar aquella goma para que la estufa de gas hiciese el resto. Me arrepentí al instante. Apenas me había acomodado en el cuarto cuando una de ellas entró para interrumpir mi descanso. “¡Cariño, cuánto tiempo! ¿Qué haces todavía en la cama?”. Otra vez la pesadilla. Y ahora volvía para quedarse eternamente. O me entendió mal en su día o no quiso leer mi nota de suicidio.

martes, 31 de mayo de 2016

A dos palmos del suelo

La vida no es fácil para alguien tan bajito como yo. Mis amigos me dicen que vivo a dos palmos del suelo. Son unos cachondos. Me dicen que puedo hablar con las hormigas y que, cuando llueve, soy el último en enterarme. Lo cierto es que nunca me elegían para sus equipos de fútbol y mucho menos para los de baloncesto. Me lanzaban a la pista del baile para atraer la sonrisa de las chicas y cuando cada uno se quedaba con la suya yo permanecía allí, con cara de tonto y haciendo un show para cumplir con el expediente.

Un día fuimos al pantano y cuando vieron que el nivel del agua había bajado me señalaron diciendo que se le había salido el tapón. Otro día me regalaron una muñeca hinchable vestida de blancanieves diciéndome que echaba de menos a sus enanitos. Aunque peor fue el día que estuvieron gritando durante toda una tarde por la ciudad aquello de "¡Garbancito! ¿Dónde estás?", mientras yo permanecía a su lado muerto de vergüenza. Y también de ira.

Dicen que las venganzas se sirven frías. Un día, durante una fiesta, me escondí en el hueco del armario de la habitación de Nicolás. Nadie me echó de menos. Igual que nunca me echaban de más. Esperé a la noche y salí con sigilo. Abrí los armarios bajos de la cocina y esparcí la basura por el suelo. En el baño, abrí el grifo de la bañera y corrí a esconderme tras el sillón. Se levantó asustado. Cerró el grifo y corrió a la cocina, quien sabe si en busca de un cuchillo. Resbaló con la cáscara de un plátano y se abrió la cabeza. Todos acudieron a su funeral. Todos menos yo. No me echaron de menos. Ni yo les eché de más. Cuando volvieron a verme dejaron de hacer bromas. Ya no estaba Nicolás para azuzarles contra mi. Ni tapón, ni enanito, ni garbancito. Ya no hablo con las hormigas y me sigo mojando en las tormentas, aunque siga siendo el último en enterarme. Sigo sin jugar al fútbol y al baloncesto y he dejado de bailar. Y ahora, por fin, soy una persona.

martes, 3 de mayo de 2016

Muerto pero mío


“Muerto pero mío”. Le observé mientras jugaba con su peluche y atendía al muñeco que yacía en su regazo. Intenté reprenderle el comentario pero, temiendo entrometerme en su imaginación, lo achaqué a la edad y a las aficiones de su hermano mayor. Hacía un rato había estado llorando porque no le habíamos dejado jugar con el hámster. Miré hacia la jaula y la encontré vacía. Reparé, entonces, en que el peluche, inerte entre sus manos, no era su osito Toby. Tragué saliva cuando levantó la mirada y estiró la sonrisa. “Papá, quiero jugar contigo”. No pude decirle que no.

martes, 26 de abril de 2016

El coche

Podía estar paseando en un buen coche. Un Ferrari último modelo o quizá un Porsche de los ochenta. Un Aston Martin como los de James Bond o el destartalado DeLorean de Regreso al Futuro. Podría haberse comprado un escarabajo como aquel Herbie que conoció de niño mientras miraba embobado el viejo televisor en blanco y negro. A pesar de todos los sueños, no había podido pasar de aquel Renault doce heredado de su tío al que le fallaba el embrague en cada cambio de marcha.

Podía estar divisando el horizonte en una carretera junto a la costa azul, un atardecer de ensueño, una rubia en el asiento de al lado, una botella de champán esperando en la habitación de un hotel de Montecarlo. Podía estar viajando hacia los Alpes, para ultimar sus clases de esquí y descender en tromba sobre las pistas de algodón. O podía estar de viaje de negocios siendo un tipo interesante a quienes todos querrían escuchar. Pero no era más que un solitario empleado a tiempo parcial en una tienda de mascotas.

Podía estar a bordo del BMW que ahora mismo puede ver a través de su espejo retrovisor. Es un buen coche. Comparado con el suyo, un gran coche. El conductor no debe estar soñando lo mismo que él, debe ser un ejecutivo con prisa que se pega a la parte trasera y le da ráfagas de luz larga con violencia. Toca el pito, pero él sigue a lo suyo. El Ferrari, Mónaco, los negocios. Se evade lo justo para no darse cuenta de que el conductor del BMW ha iniciado una maniobra suicida. Le intenta adelantar a pesar de que un camión viene de frente, en el carril contrario.

Por un momento le hubiese gustado ser él. Conducir ese coche, vestir ese traje y llevar el pelo fijado con gomina. Pero ya no. Mientras mira de nuevo el retrovisor y observa como el caminó arrastra al BMW durante cientos de metros hasta que se pierden de vista, piensa que mejor se queda con su Renault doce y su vida de mierda como empleado a tiempo parcial en en una tienda de mascotas.

martes, 22 de marzo de 2016

La estación


Y nada más existió hasta el próximo tren. La gente, el bullicio, el mar de bufandas no significaban nada para él. Aquí una mano enguantada, allá una cabeza cubierta, pero ni rastro del anillo de oro y la melena negra. Se levantó del banco y buscó refugio en la cafetería. Por un momento vio un resplandor en el dedo de la morena que removía un café humeante, pero no descubrió nada en sus ojos ¿Por qué le seguía mirando? Se volvió hacia la puerta y derramó una gota de leche. Fuera hacía frío y dentro sonaba una canción de Serrat.