jueves, 28 de julio de 2011

Prescripción médica


- Tal vez sea mejor que se quede en casa.
El maldito frío le había calado los huesos y la fiebre había mellado sus fuerzas. Nadie más sabio que el doctor y pocas palabras tan inoportunas como las suyas. Hubiese cancelado cualquier cita por culpa de la gripe ¿Pero como renunciar a un sueño? Abrió el cajón y examinó la entrada. Al carajo el médico. Había muchos días para morir, pero sólo uno para vivir una final de la Copa de Europa.

jueves, 21 de julio de 2011

Con el rabo entre las piernas

La botella seguía vacía junto a la cama, justo en el mismo lugar donde la había visto por última vez, en el mismo lugar en el que la había colocado después de beber el último trago y jugar a cantar sílabas con eruptos. Saltó sobre el colchón y jugó, un día más, a ser un rockero desfasado. Encendió la tele y buscó un programa con el que soñar despierto, pero no había más que malos anuncios y debates políticos. No le interesaba la actualidad ni le interesaba la imagen, solamente le interesaba vivir lo más frenéticamente posible. Aquello tenía trabas, y es que el dinero que ganaba no era el suficiente como para poder costearse una empleada del hogar. O se ponía manos a la obra o se moriría de asco. El olor a la fruta podrida invadía la cocina y los baños tenían más pelo que agua en los lavabos. Rememoró aquella bronca monumental y la sentencia de su madre que fijó su orgullo: "Volverás con el rabo entre las piernas". Se colocó el pene entre las ingles y caminó como un pingüino antes de dejarse caer preso de un ataque de risa. "No voy a volver, mamá. Pero joder, cómo te echo de menos".

miércoles, 13 de julio de 2011

Despido indecente

Conocí a Israel una templada mañana de abril. Llegó a la caseta de obra con el rostro dormido y la mirada risueña, desde el principio, todos captamos sus ganas de aprender. Y aprendió. Aprendió tanto como le dejaron aprender porque a pesar de ser nuevo en la plaza y de estar acobardado por la novedad se ilustró a sí mismo con el conocimiento de la obra. Para todos, Israel era un administrativo con ganas.

Su jefe pronto captó en su actitud los valores del talento; cada contrato, cada factura, cada documentación era vivida por Israel como un nuevo reto contra su ignorancia. Su alborotado pelo siempre caía sobre sus ojos en señal de prisa cada vez que asomaba la cabeza por nuestro despacho y nos pedía, educación mediante, un poquito de ayuda. Israel llegó un día de abril y se marchó un día de mayo con una patada en el culo y ninguna explicación.

Nunca pudo imaginarse Israel que las consecuencias de apoyar una iniciativa iban a ser tan fatales. En una empresa en la que el término solicitud es sinónimo de amenaza, insulto y delito, Israel contó sus últimas horas de trabajo como quien cuenta sus actos pasados sumido en el arrepentimiento. La solidaridad se había vuelto contra él y todos los que habíamos unido nuestro criterio al suyo no pudimos sino quedar boquiabiertos ante la injusticia que se había cometido contra él.

Israel había encontrado este trabajo por el camino de la ilusión, lo había abordado con la templanza del profesional y lo estaba abandonando con la incredulidad del inocente condenado. Por más que buscó una explicación en nuestras miradas nosotros solo le contestábamos con ignorancia; acababan de clavarnos un puñal en la misma espalda y, asustados por la contraindicación, nos estábamos quedando con los brazos cruzados mientras nuestro compañero se marchaba por la puerta de atrás sin razón coherente.

Israel, que siempre había pensado que hacer las cosas bien no costaba ningún trabajo, se vio en la tesitura de llorar y solo tuvo agallas para arrepentirse contra sí mismo. Un día antes firmó un papel en el que un texto solicitaba un apoyo económico para sus compañeros y al día siguiente su compromiso con el resto de administrativos le ponía con las patas y el corazón en la misma calle.

Israel aún pide una razón para sí mismo, aún se pregunta por qué le cortaron de raíz un reto que había afrontado en plenitud de ganas y sobre todo, aún se solivianta contra el aire cada vez que comprueba que sigue habiendo empresas que juegan a la dictadura contra sus empleados. Hacer las cosas bien no cuesta ningún trabajo. Siempre seguirá pensando lo mismo. Decir sencillamente que no, no es más difícil que callarse. Romper un papel no es más difícil que rellenar una carta de despido. Y, sobre todo, dormir con la conciencia tranquila no es más difícil que el mero ejercicio de putear por puro y simple placer.

viernes, 8 de julio de 2011

Por la espalda

La misión era difícil. Se acurrucó contra la pared y esperó que el silencio le diese alguna pista, pero no escuchó nada. Se arrastró despacio, intentando no alterar la paz y masticando la tensión. Las luces estaban encendidas y las ventanas estaba abiertas. Sujetó fuerte el mango de la pistola y apuntó al frente antes de doblar la esquina; allí tampoco estaba. Siguió buscando su presa y lejano maullido de un gato le sobresaltó poniéndole alerta ante el posible peligro. Giró ciento ochenta grados y amagó con disparar, pero el enemigo tampoco estaba en el salón. Buscó en la cocina y entró a hurtadillas en la despensa antes de volver a arrastrarse hacia el pasillo. Buscó el patio y la brisa de la noche sopló sobre sus ojos alborotando su flequillo; se arrodilló en el porche, se revolcó en el suelo y buscó en la parte lateral del jardín. Y entonces le vió; estaba junto a la barbacoa y había bajado la guardia puesto que buscaba un arma candente entre las brasas. Se acercó en silencio, pidió complicidad con los ojos a la mujer que tenía retenida en la silla y le disparó por la espalda.

En aquel momento el padre se dio la vuelta y observó al niño con la pistola de agua en las manos. El agua, empapando su espalda, le produjo un escalofrío y la situación le despertó una sonrisa. Alborotó el pelo del niño y se tiró al suelo con la lengua fuera.
- Me has ganado. - Dijo mientras se retorcía en el suelo.

El niño buscó un grifo en la cocina, volvió a llenar la pistola y se centró en la búsqueda de un nuevo objetivo.