viernes, 31 de mayo de 2019

Una calle ancha

El sueño era una calle ancha con coches aparcados, era un semáforo en verde y una cafetería en la esquina, era un paso de cebra agarrados de la mano, era una acera pintada de azul que se reflejaba en el cielo. El sueño era una beso a media tarde junto a una puerta giratoria, era girar en círculo hacia un enorme salón, era una habitación blanca y una piel desnuda. El sueño eras tú y era yo amándonos en silencio mientras nuestras cabezas gritaban como locas.

El sueño me invade el insomnio de cada noche porque no he vuelto a dormir como antes, porque no he vuelto a despertar como antes, porque no he vuelto a vivir como antes. He aparcado el coche en la calle angosta y he cruzado el semáforo en rojo. La cafetería de la esquina es un bar de copas y la acera está negra por el hollín. No he encontrado un beso junto a la puerta de latón y en la sala de estar no había habitaciones con sábanas blancas. Desde que te fuiste, mi vida ya no es un sueño sino una pesadilla donde despertar es dormir y tratar de buscarte de nuevo en una calle ancha con coches aparcados.


jueves, 23 de mayo de 2019

Por un aparcamiento

Hace tiempo que no me paso por casa de mis padres. Entre tanto trabajo y tan poco tiempo libre dedicado al ocio, al final me he convertido en un despegado. Mi madre me ha dicho que ha hecho croquetas y como sabe que por el estómago se me conquista antes que por el oído, me he convencido de acercarme a casa para pasar la tarde con ellos.

Si no vuelvo más al barrio es por lo mal que se aparca. Un conjunto de calles estrechas, llenas de bloques poblados, sin garajes en los bloques y con cientos, miles, de coches en la calle. Es normal hacer procesión mientras miras a los lados y buscas una luz blanca encendida o, milagro, algún hueco libre aunque sea a diez calles de distancia.

Lo intento, por probar, iluso de mí, en la puerta del portal. Nada ¿Qué otra cosa podría esperarme? Y mira que he visto un sitio allí atrás. Sí, pero estaba muy muy atrás. Casi a un kilómetro. Sí, sí, muy atrás, pero vamos a ver dónde aparcas tú hoy. Intento ser positivo mientras hablo conmigo mismo. Una vuelta a la manzana. Nada. Una vuelta a las dos manzanas siguientes. Nada otra vez.

Nada en el descampado y nada alrededor del parque. Vuelvo atrás. Una manzana, dos, tres, descampado, parrque. Nada. Esto empieza a ser una mierda. Vamos a ver si sigue estando el sitio que había allí atrás, muy atrás. Pero qué iluso eres, colega. Para tí va a estar, ahí va a estar esperando.

Me cago en su puta madre. Tarde o temprano tenía que decirlo. Ya llevo veinticinco minutos dando vueltas como un gilipollas y aquí no se mueve ni Dios. La única luz que veo encendida es la de algún coche que, joder, puta suerte la suya, ha encontrado un sitio poco antes que yo. Cago en mi calavera. Pues nada, todo sea por las croquetas y por no hacerle un feo a mi madre. Se me van a calentar las cervezas que he comprado para ver el fútbol junto a mi padre. Ni cervezas, ni croquetas, ni madre que las parió.

Venga, chaval, date otra vuelta, que sólo llevas once. Ni aquí, ni allá, ni en la puta conchinchina. Voy a tener que llamar a mi madre y decirle que me guarde las croquetas para otro día, que vengan ellos a casa cuando quieran y que voy a meter las cervezas a enfriar en mi nevera para que papá se las pueda beber bien frías. Mira, que me voy, que estoy harto, que llevo casi tres cuartos de hora y esto no hay quien lo aguante.

¿Eso de allí? ¿Es un sitio? ¡Sí, es un sitio! ¡En el descampado! Corre tío, corre. Sí, sí, es para tí. Un sitio, por fin. Dirá mi madre que donde me he metido, aunque se lo imaginará, sabe de sobra lo que se tarde en aparcar en este barrio del demonio. Enseguida subo, ya estoy aquí. Ricas croquetas. Venga, marcha atrás y a aparcar de culo ¿Y ese quién es? ¿Y ese qué hace? ¡Pero qué coño haces!

Ha llegado un coche, un gilipollas, como un loco, y se ha metido en el sitio mientras yo maniobraba. Y trata de marcharse con toda su chulería. Te vas a enterar, chaval. Cogo una lata de cerveza y se la tiro a la cabeza. Y ahora otra. Y otra a la luna del coche. Que jodan, tío listo. Espera que te voy a patear. Pum, pum, pum. Ahora te ríes menos ¿Eh? ¡Qué me dejéis, joder! ¡Qué estoy hasta los huevos de jetas y gilipollas!

Me llevan detenido por daños graves a un viandante. Mi madre llora, sin croquetas, mientras ve como me llevan esposado. Mi padre tiene el gesto adusto, serio. Ya no serán para él las cervezas, ni volverán a ser igual los partidos de fútbol. Mientras camino, observo como un policía aparca mi coche en uno de los huecos libres que han quedado en el descampado. Es la puta ley de Murphy. Les juro que no había ni un puto sitio. Sí, sí. Camina. Mañana, o quizás dentro de un rato, todo el barrio termine sabiendo que casi mato a un tío por un aparcamiento ¿Por un aparcamiento? Sí, sí, como lo oyes; por un aparcamiento.

lunes, 6 de mayo de 2019

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Claudia siempre pide un café con leche fría y una tostada con tomate rallado y no triturado. Mientras mastica en silencio va mirando el móvil esperando un mensaje que nunca llega. Tiene el pelo alborotado, los ojos tristes y media sonrisa en los labios. Quizá evoca un recuerdo. Quizá piensa que aún es posible.

Jose pide un cortado y un croissant a la plancha con mermelada de melocotón. Mientras espera a que la mantequilla se ablande, va escribiendo un mensaje que siempre termina borrando antes de enviar. Tiene el pelo corto y las sienes cargadas de canas, la mirada perdida en un sueño y un rictus de imposibilidad que le impide sonreir con franqueza. Sabe que lo ha perdido todo. Piensa que ya no hay vuelta atrás.

Yo les observo de nuevo, como cada mañana, mientras limpio la barra y reconozco cada gesto, cada mirada, cada silencio. Ella creyó alcanzar algo y se le escurrió entre los dedos. Él tuvo algo ganado y lo perdió por cobardía. Y cada mañana, como si de un cruce de caminos se tratase, vuelven a bifurcar sus recuerdos sentados ante la mesa de un bar.