lunes, 27 de abril de 2015

¿Dónde está Edmundo Dantés?

Las lágrimas las apagaba el viento que mecía las hojas del parque de un lado hacia el otro. La sonrisa, esperanzada ante el nuevo encuentro, la dibujaba el recuerdo de miles de líneas leídas una y otra vez. Sobre el regazo, con el único peso de la memoria sobre cada párrafo, descansaba un desgastado volumen de "El Conde de Montecristo". "Llevaré un sombrero negro", dijo él. "Yo llevaré un libro", dijo ella.

A menudo imaginaba como serían los besos más allá de la isla de If. Un joven apuesto, intrépido y educado se acercaría a ella, le susurraría unas palabras al oído y se la llevaría para siempre hasta el fin del mundo. Soñaba despierta, cerraba los ojos y, cuando los abría, jamás encontraba a Edmundo Dantés. Siempre se trataba de un hombre inculto, desgarbado y con ínfulas de grandeza ¿Dónde estaba Edmundo Dantés?

Nunca pedía foto. No le gustaba preguntar a la persona con la que se encontraría, por su aspecto, en sus conversaciones previas de internet. Prefería jugar con su imaginación e imaginarse a un hombre con sombrero de ala ancha, capa y coleto. Pelo lacio y sonrisa burlona. Gesto adusto y mirada fría. Pero lo que encontró fue un tipo bajito y desgarbado. Rápidamente supo que aquel hombre jamás sería capaz de escapar de una prisión. Regresaría a su If particular, le invitaría a una copa de analgésico y le encerraría, en la celda de castigo, junto al resto de Abate Farias que ya le habían decepcionado.

martes, 21 de abril de 2015

Amargor


Con este amargor tan extraño me despierto cada mañana y busco un espejo donde poder mirarme. Me aplaco el pelo y me coloco la chaqueta antes de acudir a mi lugar diario. La gente pasa sin mirarme y quien lo hace me regala una moneda con desprecio. Dicen que me ha crecido la barba. Como hace días que no llueve, no encuentro espejos en el suelo para comprobarlo. Agarro la manta y me tapo hasta arriba. La botella de vino yace vacía a mi lado. Sabe tan amargo que me hace despertar con ese molesto amargor cada mañana.

lunes, 20 de abril de 2015

El anillo

Dicen que soy demasiado observadora. Debe ser una cualidad de mujer. Desde pequeña he estado atenta a los pequeños detalles y generalmente no he dejado escapar la más mínima percepción. Un cabello en la solapa de una chaqueta, un papel nuevo sobre el montón de documentos o una marca de carmín mal limpiada en la mejilla.

El cabello rubio en la solapa lo pasé por alto. Yo soy rubia, aunque tengo el pelo corto. El papel sobre el montón lo entendí como una broma. Un "te quiero" con una letra que no conocía es posible que se tratase de cualquier legajo encontrado junto a un bordillo. La marca de carmín la quise ignorar porque todos tienen alguna compañera efusiva en el trabajo.

Lo que más me ha extrañado es que haya vuelto a las miradas turbias, las sonrisas apagadas y los gestos de molestia. Que ya no se vaya a acostar a las doce porque tiene que hacer un trabajo en el ordenador. Que ahora se preocupe de que sus hijos hagan los deberes. Que se haya mostrado indiferente cuando le dije que me enteré de que su compañera la rubia se había comprometido con el hijo del director. Y, sobre todo, me extraña que después de dos años haya vuelto a ponerse el anillo de casado.

martes, 14 de abril de 2015

Alicia


¿Por qué me mira así? Desde que nos conocemos nunca la había visto separarse de Alicia y nunca había visto sus labios con ese color. Se acerca y me da un beso. Muerto de asco me aparto de ella y me limpio la cara con la mano. En la puerta aparecen sus padres. “¡Sorpresa!” dicen. Traen en la mano una tarta con un número diez encendido y ella corre a soplar las velas. Recojo mis muñecos y regreso a casa. Por el camino tropiezo con su muñeca Alicia. Creo que sabe que los besos ya no serán para ella.

jueves, 9 de abril de 2015

Respuestas

- Yo sacaba brillo a la cubertería. - Dijo la sirvienta.
- Yo engrasaba el motor del coche. - Dijo el chófer.
- Yo servía el te en la salita. - Dijo el mayordomo.
- Yo regaba las plantas. - Dijo el jardinero.
- Yo organizaba la compara semanal. - Dijo el ama de llaves.

Y el caso es que el trapo de pulir estaba en el bolsillo del mayordomo, la mancha de grasa en la solapa de la sirvienta, la gota de té en el pantalón del jardinero, los restos de césped en los zapatos del ama de llaves y la raya de tinta en la mano del chófer.

La mancha de sangre seguía en la alfombra, el cadáver seguía sin aparecer y la sonrisa se dibujaba en los labios de la sirvienta, en los del chófer, en los del mayordomo, en los del jardinero y en los del ama de llaves.

Y también en los de la mujer. Y en los del hermano. Y en los del padre. Y en los del hijo. Y en los de la sobrina. A pesar de que una tenía el pelo recogido como lo hacen las sirvientas para llevar la cofia. Otro tenía las uñas negras como el chófer que revisa el motor cada día. Otro las uñas pulidas como un mayordomo eficaz. Otro las manos curtidas como el jardinero que tala la hierba. Y la otra los ojos pintados como un ama de llaves que trata de aparentar buena imagen ante el amo por más que este no muestre jamás un sólo gesto de agradecimiento.