martes, 28 de febrero de 2012

domingo, 26 de febrero de 2012

Salvar el mundo

Mi último cartucho. No es un gran plan, pero es lo único que me queda. Son diez mil contra uno. Quizá si les hago morder el anzuelo les mande a todos a dormir el sueño eterno. Quizá si la suerte me acompaña. Quizá.

Necesito reunirles a todos. Malditos monstruos verdes que arrasaron con todo. Puedo escuchar el latido de mi corazón y el eco de mi aliento. No escucho nada más. Vacío toda mi polvora. No me queda más. Allí la nave, aquí el detonador, en medio de la nada el planeta. Me siguen buscando. Son demasiados para mí solo. Me devorarán.

La trampa está preparada. Diez kilómetros a la redonda, calculo. Subo a la nave y activo el turbo. Espera un segundo. Por la trampilla sale el vehículo, a toda velocidad. Un kilómetro, dos, se detiene. He calculado bien la distancia de propulsión. Lo han visto. Los espejos relucen lo bastante como para pasar desapercibido. Veo la masa verde avanzar hasta el lugar. Hay diez toneladas de pólvora, un cable y un detonador en mis manos. Lo aprieto y activo la palanca. Siento el estruendo mientras la nave baila en el aire. Evito la caída y vuelo hacia el cielo estrellado mientras el planeta se va a tomar por saco. Puedo ver el cráter mientras me alejo. He salvado al mundo, pienso. No queda nadie, ni amigos ni enemigos. Solamente yo ¿Ahora, a quién se lo cuento?

jueves, 23 de febrero de 2012

Buscando un mercenario

Cleo la levantó y allí la esperaba el alacrán. Las pinzas caídas y el aguijón humeante. En su sonrisa descubrí el disfrute que delataba tras haber inyectado a su última presa. Como no valían cazadores satisfechos, Cleo volvió a bajar la hoja y seguimos buscando un mercenario dispuesto a cumplir nuestra venganza por un puñado de moscas. Cruzamos la vereda del arbusto y encontramos a la avispa esperando impaciente junto a su charca. Cleo me miró inquieto con sus ojos de saltamontes amenazado y yo le sonreí satisfecho mientras me acercaba a negociar. Por fin, la araña iba a aprender donde tejer su tela.

lunes, 20 de febrero de 2012

Triunfar


-          ¿Qué es triunfar?
-          Estar contigo
      -     Pues no te canses nunca de alzar los brazos.

jueves, 16 de febrero de 2012

El museo de ciencias naturales

Escondía una mirada tímida bajo sus gafas de pasta. Arrastraba los pies por el suelo cuidadosamente encerado y producía un sonido estridente con las suelas de goma que hacía a los visitantes volver la mirada hacia su rostro. La mano de su padre le sujetaba firme, para que no se perdiese y la voz grave volvía una y otra vez hacia sus oídos para que no se le escapase un solo detalle.

Había regresado a casa el día anterior totalmente apesadumbrado; un trabajo sobre dinosaurios para la clase de ciencias del lunes y muy poquita idea en su cabeza sobre la historia y costumbres de los saurópsidos. Pero su padre siempre estaba al quite de cualquier problema, le contó media docena de historias incomprensibles y le prometió una visita para el día siguiente al museo de ciencias naturales.

Y allí estaban ellos, un ilustrado de cualquier materia y un aspirante a algo que, con solamente nueve años, confundía su cabeza entre las decenas de lecciones que le aglomeraban el entendimiento y le distorsionaban la comprensión. Le gustaba abrir los ojos con un buen tebeo o con un buen libro de ciencia ficción ¿Pero dinosaurios? ¿Qué había de interesante en ello?

Se fijó en los ojos del diplodocus de cartón piedra que ocupaba la gran sala central del museo. Se sentó en un banco para intentar analizar aquel inmenso cuerpo escamado y escuchar un nuevo intrascendente relato de boca de su padre. Las palabras se perdieron contra las paredes de la sala y el ojo del diplodocus se cerró en un guiño que acompañó con un ligero movimiento de la boca en algo que pareció ser una sonrisa. Lentamente se acercó al animal y, mientras su padre seguía con su inanimada cantinela, escuchó una voz profunda que le contó la historia de un valle, del instinto de supervivencia, de los predadores y los sedentarios, de cuevas y nieves, de un meteorito y una extinción que borró huellas y escondió recuerdos.

Despertó. Abrió los ojos y continuaba sentado en el banco, la cabeza apoyada contra el hombro de su padre y la voz monótona contra los oídos. El ojo continuaba inerme, al igual que la boca, al igual que el largo cuello. Se levantó y buscó una mano que le llevara de regreso a casa. Abrió su cuaderno y empezó a escribir. Recordaba el sueño y tenía poco que perder. Contó la historia de un valle, del instinto de superviviencia, de los predadores y los sedentarios, de cuevas y nieves, de un meteorito y de una extinción que borró huellas y escondió recuerdos.

Sacó un sobresaliente. Y desde entonces, cada vez que tenía el deber de hacer un nuevo trabajo, se olvidaba de su padre y se metía en un museo en busca de un sueño y una voz que le aclarase las ideas.

martes, 7 de febrero de 2012

Perseguido


No hasta que por fin me haya mordido. No hasta ser jugo de sus dientes. No hasta haber sentido en mi piel la violencia de sus mandíbulas.
No puedo más. A menudo bajo la calle sospechando que me siguen y cada vez que giro sobre mis hombros solamente veo sombras.
No puedo más.
Sé que se esconde tras las esquinas por temor a ser cazado. Tiro por la alcantarilla todas mis balas de plata, alzo los brazos al cielo; las palmas limpias, los ojos encharcados, y observo, jubiloso, como la luna llena se levanta sobre mi cabeza.
No puedo más. Después de tantos años persiguiendo, ahora quiero ser yo el perseguido.