viernes, 23 de abril de 2010

Al oeste del Edén

No es fácil jugarse la vida en un segundo. No es fácil mirar a los ojos y saber que o matas o te matan. No es fácil vivir así, pero más difícil es dejarse ir sin haber luchado tu pedazo de orgullo. No es justo dilucidar así las cosas y eso lo sabemos tanto yo, como él, como toda la gente que respira el polvo del camino. No es cómodo pensar bajo este sol de justicia, no es el mejor tiempo para vivir al oeste del Edén, no son las prisas si no las demoras lo que me han traído hasta aquí. No es fácil impartir justicia de una manera tan drástica, no es fácil cargar con la esquela de miles de inocentes, no es justo creerse Dios siendo un auténtico demonio. No es de recibo tener que acabar así con la juventud, no es cómodo creer que la muerte te espera en cualquier esquina. No es sencillo desenfundar tan rápido, no es fácil disparar sin mantener la cabeza caliente, no es cómodo cargar para siempre con una conciencia asesina, no es fácil matar, no es fácil ser pistolero. No es fácil reconocerse uno así mismo como un canalla. No es lícito vivir así. No es lícito morir así. Lo único agradable es marcharse de un lugar con el bolsillo repleto y dejar que la brisa acaricie tu nuca mientras cabalgas buscando el ocaso sobre el horizonte.

viernes, 16 de abril de 2010

Tiempos de conquista

Le llamaban "caballo bajo la tormenta" porque salió a defender a su pueblo una noche en la que los cielos se habían juntado para explotar. Dentro de la tribu era un indio respetado, futuro candidato a jefe y muy aferrado a las palabras del chamán. Para él, las predicciones eran más que un par de frases, eran un motivo lo suficientemente creíble como para estar alerta y permanecer con el hacha escondida bajo las pieles de búfalo.

Decían que el hombre blanco se acercaba y que había que preparar el campamento para el exilio. No lo quería creer. Prefería luchar por su gente que morir huyendo. Por ello, cuando vio que todos montaban sus caballos para largarse de allí se plantó como un profeta de la valentía y les suplicó un pedazo de orgullo. Pero allí había más miedo que otra cosa. Desde tierras más lejanas habían llegado otros pueblos para contar las slavajadas del hombre blanco; corazones quemados, pechos destrozados, cabezas reventadas, mujeres violadas y niños mutilados. No quería aquello para su tribu, preferían huir.

"Caballo bajo la tormenta" tomó su hacha de guerra, pintó su piel y se largó en dirección opuesta acompañado de dos fieles amigos. No estaba dispuesto a vender su alma a una camada de salvajes. Con peores lobos se había enfrentado.

Cuando la tribu alcanzó las montañas pudo escuchar el estremecedor sonido de los cañones. Era aún peor de lo que les había contado. Miles de cascos de caballos anunciaban la llegada de un alud de uniformes oscuros. Los vieron llegar agazapados entre las rocas y no pudieron hacer más que suplicar junto a la hoguera. Allí mismo, mientras veían como sus corazones ardían, sus pechos se desquebrajaban, sus cabezas volaban en mil pedazos, sus mujeres eran ultrajadas y sus niños humillados, se rindieron ante el mayor trofeo que portaba el jefe de sus enemigos. Allí, entre gritos ininteligibles y sujetados por manos blancas como la nieve estaban las cabezas de "Caballo bajo la tormenta" y sus dos amigos. Atrás quedaban años de paz, de convivencia con las montañas, de doma de los caballos, de caza por necesidad y de respeto a la naturaleza. Llegaba el tiempo del hombre blanco, llegaba el ansia, la envidia, la ambición, el fin.

lunes, 12 de abril de 2010

Caravana de mujeres

Llevaba demasiado tiempo soltero como para plantearse un cambio de vida, pero, sin embargo, seguía manteniendo intacto el mismo gusanillo que descubrió en su juventud cuando empezó a imaginarse retozando en el pajar con una bella moza del pueblo.

Todas las mozas del pueblo terminaron casándose y las que vinieron después no pararon en fijarse en un tipo demasiado hosco como para provocar un poco de compasión. Entre su aspecto desaliñado y su fuerte olor a ganado fue agriandose poco a poco hasta convertirse en el típico solterón de la España rural más pendiente de sus vacas que de las mujeres. De ahí que corriesen malvados rumores, de ahí que dijesen aquello de las reses engalandas.

Le dijeron como era aquello de la caravana de mujeres y él se imaginó cual Robert Taylor esperando a su futura esposa sentado en el banco principal de la plaza del pueblo. No fue tal y como esperaba y mientras fue repasando mujeres con la mirada fue comprobando que cada una de ellas hacía la vista gorda cuando pasaba a su lado. Se le cayó la flor y la ilusión. Regresó al establo y acarició a su vaca más querida. Para qué ponerse a desmentir rumores ahora que todo el mundo sabía que aquel animal le entendía mucho mejor que cualquier mujer.

martes, 6 de abril de 2010

Asalto a farmacia

"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".

Mientras Sabina entonaba su penúltimo blues callejero él iba contando, uno a uno, los agujeros que se dibujaban en su carne. Era una buena idea aquello del asalto a farmacia, al menos no tendría que disimular durante unos días que era aquella persona que realmente nunca llegó a ser.

Más allá, en el espacio y en el tiempo, el joven ayudante del boticario intentaba recomponer el destrozo que había supuesto el asalto de la noche pasada. La puerta desquebrajada, la alarma encendida, los vecinos escandalizados y la policía tomando parte de un robo muy poco premeditado. Faltaban medicinas, jeringuillas y algo de dinero. Ni una huella, ni una señal, alguna sospecha.

El joven ayudante del boticario giró la esquina de la calle que llevaba hasta su casa y descubrió al hombre que llevaba días esperándole junto al portal. Le acompañó hasta su cuarto de estar y le abrió dos cajones llenos de drogas farmacéuticas.
- Es todo lo que pude conseguir. - Dijo casi con un susurro.

Se arremangó la camisa y dejó al descubierto miles de agujeros salpicados sobre la carne de su brazo.
- Déjame al menos una dosis.

Estuvo a punto de recibir una respuesta cuando escucharon las sirenas de la policía.
- Lo siento. - Fue lo último que escuchó.

Cuando la policía llegó a casa lo encontró con los ojos en blanco, los cajones llenos y una jeringuilla insertada en su antebrazo.

"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".

Eran los años ochenta y Sabina seguía en lo más alto de las listas entonando su penúltimo blues callejero.