Por si me pasa algo, le dijo el día que le vio por última vez. Aún conserva parte del dinero y, del joyero, sólo el anillo de casada. Lo utiliza para ahuyentar a los moscones pero, sobre todo, para atraer a los morbosos. Nunca se sabe a quién podría ver de nuevo por última vez.
martes, 29 de marzo de 2022
lunes, 14 de marzo de 2022
Aire
No me invitó, pero yo fui. Con su traje transparente iba provocando a la gente. Y claro, como no iba yo a colarme. Coca-Cola para todos y algo de comer. Picoteo por aquí, parloteo por allá y un flechazo instantáneo y cayó entre mis labios. Y nada, una noche más y a la mañana siguiente no me pude levantar porque el fin de semana me había sentado fatal y ella me vio y me miró y seguidamente se arropó hasta la cabeza. “No me mires, no me mires, déjalo ya”. Aún no se había puesto el maquillaje. Y cuando se lo puso y me dijo ya puedes mirar yo me había marchado rumbo a Venus en mi barco porque más allá de su paraíso yo necesitaba mi descanso dominical. Y ahora regreso cada fin de semana a cantar coplas bajo su ventana porque después de todo sigo siendo uno de esos amantes tan elegantes como los de antes. Hasta que anoche volvía a caer en su cama y al regresar de Venus creí ser aire, oxígeno, nitrógeno y argón y caí por la ventana y cuando iba a remontar me volví otra vez humano. No faltéis al funeral.
jueves, 3 de marzo de 2022
Con Franco se vivía mejor
Dejó las llaves sobre la encimera y se quitó los tacones antes de cerrar la puerta. Estaba agotada, exhausta después de una tarde sirviendo copas y poniendo sonrisas impostadas. Se restregó el carmín, se lavó la cara y se durmió con la falda puesta pues no tuvo tiempo ni de bajarse la cremallera. Mientras cerraba los ojos y dejaba que el aire que entraba por la ventana refrescase sus piernas kilométricas, recordó aquella frase tan manida de su jefe después de ver como dos clientes se marchaban sin pagar y como otros dos eran reprendidos por una señora cuando la miraron con lascivia y la llamaron guapa.
-
Con Franco se vivía mejor.
Lo repetía sin cesar, una y otra
vez. “Con Franco se vivía mejor”. Y lo había escuchado tantas veces que había
terminado por asimilarlo como cierto. “Se podía decir un piropo a una mujer”.
“No te robaban en la calle”. “Había más respeto”. “Con dos hostias bien dadas
se arreglaban todas las tonterías”. Y así, se dormía pensando que quizá era
mejor viajar unos años más atrás y que todo eso que su abuelo le había contado
como atroz, quizá no lo era tanto.
Despertó con el sol y le
sorprendió verse con un pijama largo y música de copla en el ambiente. Buscó el
teléfono móvil más sólo encontró madera en la mesilla. Se levantó a duras penas
y, arrastrando los pies alcanzó el cuarto de baño para dar un grito al mirarse
en el espejo.
Apareció su madre, con bata de
franela y rulos en la cabeza. Tuvo que sujetarse a ella para no caer desmayada
y tuvo que respirar hondo para mantener la compostura. El baño había cambiado,
la habitación no era la misma, incluso ella era distinta. Asimilar que no
estaba en su casa sino en la antigua casa de sus padres le costó medio minuto y
decir la primera palabra le costó más de dos.
-
¿Dónde estoy?
-
En casa, hija ¿Estás bien?
Tenía veinticuatro años y hacía
dos que se había independizado. Buena estudiante y magnífica camarera, había
empezado a trabajar con dieciocho al tiempo que sacaba adelante una carrera y
ahorraba para poder alquilar un pequeño estudio en la periferia. Sus días eran
madrugones, carreras hacia la universidad, cambios de uniforme al mediodía y
vuelta al trabajo con la falda corta y los tacones largos para terminar el día
rendida en una cama de ochenta centímetros y muchos sueños escondidos entre sus
sábanas.
Y sin embargo, allí estaba de
nuevo, en el punto de partida, en un baño viejo, con una bañera vieja y una madre
que parecía más vieja de lo que realmente era. Se lavó la cara, se peinó la
melena y buscó en el armario una ropa que no recordaba haber comprado nunca.
Confundida, se arrastró hacia la cocina para buscar un vaso de agua y aclarar
todas sus angustias. Entonces, observó el calendario colgado en la pared y tuvo
que volver a sujetarse para no caer de espaldas.
1969.
Tomó una taza de leche de un
trago, se arregló con ropas antiguas después de que su madre le advirtiese que
la bañera sólo se podía llenar una vez a la semana y se dispuso a buscar su
mochila y su ropa de trabajo.
-
¿Qué mochila? – Preguntó su madre.
-
La de la universidad.
-
Hija, tú no vas a la universidad.
Aquello no sólo era nuevo, sino
que era insoportable.
Entonces su madre le dijo que su
trabajo estaba en el taller de costura porque toda buena mujer debía aprender a
coser como Dios manda y que los ahorros de la familia eran para costear los
estudios de su hermano que para eso era el hombre de la familia. Se echó las
manos a la cabeza cuando le dijo que no, que ella estudiaba Derecho por las
mañanas y por las tardes trabajaba en un bar.
-
Hija mía, te has dado un golpe en la cabeza, las
mujeres no van a los bares.
Peor fue cuando le pidió la
cartilla del banco para hacer unas gestiones antes de ir al taller de costura.
-
Hija mía, tú no tienes cuenta en el banco. Todo lo que
ganas lo das en casa y para poder tener dinero en el banco tendrás que buscarte
un marido que te lo autorice.
-
¿Un marido?
-
Claro. Y date prisa que ya dicen en el barrio que eres
una solterona.
-
¡Pero si sólo tengo veinticuatro años!
-
A esa edad ya deberías estar casada y con dos hijos.
Fue entonces cuando cayó en la
cuenta de la manida frase de su jefe. “Con Franco se vivía mejor”.
Sonrió amargamente, porque llorar
ya no le daría ninguna solución.
Y escuchó un sonido. Un ruido
seco y un llanto. Plas. Quejidos. Y un grito: “¡Puta!”.
-
¿Qué pasa?
-
Nada hija, el vecino que está pegando a su mujer.
-
Pero ¿Y nadie hace nada? ¡Hay que llamar a la policía! –
Y corrió para agarrar el teléfono.
-
¡No! A la policía no. Son cosas de su casa.
-
¡Pero la está golpeando!
-
¡Claro! Es su marido y ella tiene que aguantarlo. Algo
habrá hecho, seguro.
-
¡Pero mamá!
Silencio. Un silencio incómodo,
un silencio estremecedor, un silencio doloroso.
Regresó a su habitación, cerró de
un portazo y con los ojos rojos por la rabia, se tumbó en la cama apretando los
dientes para quedarse de nuevo dormida y terminar con aquella pesadilla.
Cuando abrió los ojos seguía
vistiendo minifalda, tenía el pelo de la cabeza alborotado y el resto del
cuerpo depilado. El agua de la ducha salía caliente, los sueños volvían a ser
en carne y hueso y las aspiraciones volvían a ser aspiraciones de verdad. El
agua de la ducha borró sus lágrimas, el secador dibujó una sonrisa y con el
pelo limpio y los ojos maquillados buscó el teléfono móvil y escribió uno
mensaje a su madre que estaba en línea.
“Mamá ¿Con Franco se vivía
mejor?”.
“No, hija. No”.
Y con su mejor sonrisa salió a
vivir su vida de mujer libre y valiente con aspiraciones, a ser una buena abogada
y a seguir siendo una camarera impecable fuese con un jefe o fuese con otro.