martes, 21 de diciembre de 2010
Luna de miel
jueves, 16 de diciembre de 2010
Abogado defensor
martes, 14 de diciembre de 2010
Pecados capitales
jueves, 2 de diciembre de 2010
Un ramo de rosas
jueves, 25 de noviembre de 2010
Regreso a casa
martes, 23 de noviembre de 2010
Rueda de reconocimiento
La llevaron a una pequeña sala de paredes desnudas y frío estremecedor. Hacía cinco días que había puesto la denuncia por violación y la policía ya había cazado a unos cuantos sospechosos para ponérselos en bandeja de plata. El inspector Moreno le habló con cariño y cuidado.
- Puede usted estar tranquila. No podrán verla.
Cuando descorrieron la cortina pudo vislumbrar, cegada por el fulgor de los focos que alumbraban la sala tras la cristalera, a cinco hombres con el rostro tapado y el cuerpo totalmente desnudo.
Era, sin duda, la situación más rocambolesca en la que se había metido en toda su vida. Después de aquella salvaje intercepción en pleno portal, no le quedaba más recuerdo de aquel hombre que no fuese el de un lunar en la parte superior de su pene. No pudo ver más, ni ojos, ni boca, ni nariz, solamente un pene enorme coronado con un lunar que la condujo a lugar que nunca pudo haber imaginado.
- Tómese su tiempo. - le dijo el inspector.
Los sospechosos bajaron sus calzoncillos al escuchar la orden y pudo divisar cinco lunares perfectamente colocados en la parte superior de cada uno de los penes. Pero ella recordaba exactamente como era aquel lunar. Era exactamente igual al que tenía el sospechoso que estaba situado más a la izquierda.
- Ese es. - Dijo con la voz firme, mientras señalaba a un sospechoso equivocado.
- ¿Está usted segura?
- Sí.- Contestó esta vez mirando al suelo para que el inspector no descubriese en su mirada aquel hilo de mentira.
Observó como un agente vestido de uniforme se llevaba del brazo al sospechoso señalado mientras, por el otro lado, el auténtico violador se marchaba con paso firme por la otra esquina del escenario. Si le dejaban libre y ella volvía a frecuentar la calle en la que todo había ocurrido, quizá, con un poco de suerte, volvería a ver aquel lunar mucho más cerca esta vez.
martes, 16 de noviembre de 2010
Ojos de miedo
No podía esconder la mirada y es por eso que quiso divisar un gesto de confianza por parte del tipo que se mostraba sin temor detrás del cristal acorazado. Intentó poner voz de tipo duro y le ordenó salir mientras tomaba por la fuerza a una joven que andaba agachada por allí.
No pensaba hacerle nada, pero tampoco quería que la situación se pusiera mucho más complicada. Cuando al fin vio salir al cajero y asió con fuerza la bolsa del dinero, disparó al aire para descargar toda la tensión y se marchó por la puerta intentando disimular una discrección imposible.
Salió a la calle y se arrancó la máscara al tiempo que corría en direción a su coche. Mientras huía, y escuchaba la sirenas de la policía sonar a lo lejos, pensaba en lo dulce que resultaba el sabor de la venganza. Tal y como le habían dicho.
Hacía unos meses era un empleado ejemplar, un director de sucursal sin sobresaltos, un padre de familia íntegro y un ciudadano a imitar. Ahora era un tipo en paro, despedido por un trepa sin escrúpulos y buscando en la misera un lugar para sus hijos.
No había hecho si no llevarse lo que era suyo y, de paso, dejar constancia de que aquel lugar era menos seguro ahora que no estaba él.
jueves, 11 de noviembre de 2010
El viejo escritorio del abuelo
Hacía dos meses que papá había dejado en él su particular nota de suicidio. Fue cuando supo que yo no era hijo suyo. Mi madre, avergonzada por los pecados de su juventud me había confesado quien era mi verdadero padre.
El escritorio ya no estaba en casa y yo quería creer en maleficios. Me acerqué a la tienda del anticuario y, además de un camión de mudanzas, encontré una nota escrita a bolígrafo pegada en la puerta: “Cerrado por defunción”.
Los operarios traían los muebles de la casa del anticuario para ampliar la exposición. Una mujer de luto les indicaba y los chicos dejaron sobre la acera el viejo escritorio del abuelo. Entonces sonó el teléfono móvil. Era mi madre.
- Tu padre ha muerto. Dicen que se ha suicidado.
- Lo sé. – Contesté mientras observaba el escritorio con satisfacción y me preguntaba cuándo tendría yo aquella cara de pocos amigos que únicamente gastan aquellos que tienen una esquirla en el recuerdo.
Entonces regresaría allí para recuperar lo que era mío.
miércoles, 27 de octubre de 2010
El sabor de la victoria
domingo, 24 de octubre de 2010
Confusión
Desde que había sentido en su corazón la desazón del desencanto, se había habituado a bajar al parque con menos esperanza que entusiasmo. Le gustaba ver los patos beber en el estanque y comprobar como las palomas se disputaban un mendrugo de pan. Ellos tenían un motivo, una gota de agua, una miga perdida, por la que disputarse un pedazo de orgullo. Él no tenía nada. Quizá necesitase tratamiento, quizá estuviese mucho mejor internado en el lugar donde los sueños son simplemente poesía maldita.
Tardó un tiempo en percibir la avalancha de excursionistas que, en fila india y con los ojos perdidos en algún punto de su horizonte mental, se acompañaban unos a otros cogidos de la mano. No eran demasiado jóvenes ni demasiado viejos, ni demasiado tristes ni demasiado alegres, ni demasiado emprededores ni demasiado conformistas. Eran personas sencillas, con la mirada melancólica y la razón de existir guardada en algún cajón. Más o menos como él.
Fue por ello que decidió unirse al grupo y subir a aquel autobús mientras seguía las indicaciones de un tipo vestido con una bata blanca y un rictus de condenada paciencia bajo las arrugas de los ojos. Encontró un asiento libre en la parte trasera y susurró, por lo bajini, las incomprensibles canciones que algunos de sus compañeros de excursión tarareaban en voz baja. Cuando llegaron a su destino observó como algunos de ellos cambiaron el gesto hacia un rictus de dolor inconcebible. Leyó el rótulo de "Hospital mental" y quiso salir corriendo. Pero solo encontró la mano firme del tipo de la bata blanca.
- A la fila.
- Pero si yo no estoy loco. - Suplicó.
Sintió aquella mirada aterradora y aquella voz grave que sabía dejar a los pacientes como un témpano de hielo.
- Claro, ni tú, ni ninguno de tus compañeros.
Escuchó risas. Escuchó llantos. Escuchó burlas. Escuchó lamentos. Se escuchó a sí mismo durante muchos años. Tantos, que incluso llegó el día en el que se cansó de escucharse. Encontró el vacío y vivió inmerso en él hasta que la cordura dijo basta. Fue un proceso largo, le dio tiempo a pensar, a olvidar, a llorar, a arrepentirse y, sobre todo, a valorar lo que nunca más volvería a tener.
lunes, 18 de octubre de 2010
De refilón
miércoles, 13 de octubre de 2010
Cinco sentidos
No podía escuchar nada. Durante un minuto su oído se convirtió en un silencio inquietante, quizá un zumbido transparente, quizá una sordera provocada por la intensidad. Quiso prestar atención más solamente un tic tac apareció bajo su pecho, apenas perceptible, apenas esclarecedor.
No podía oler nada. Durante un minuto su olfato se convirtió en acero pulido, frío, inapetente, estremecedor. Había aire, más no había sentimiento. Había vaho, más no había nada que empañar. Quiso alcanzar el olor de la vida y solamente apareció el aroma de un esfuerzo que parecía no tener fin.
No podía saborear nada. Durante un minuto su lengua se secó hasta el extremo de no volverse ni siquiera de paja. Echó de menos aquel sabor amargo del esfuerzo, de la hiel acumulada sobre la garganta, de la saliva resecada bajo el paladar. Masticó algo invisible y no sintió nada, más quiso apretar los dientes y lo hizo sin cuidado, chascando el marfil, desgastando el esmalte.
No podía sentir nada. Durante un minuto su cuerpo se paralizó pese al esfuerzo. Quiso y pudo aprentar pero ni quiso ni pudo sentir el dolor que la conectaba al momento que estaba viviendo. Era pura vida y al mismo tiempo era pura muerte porque no podía sentir nada. Ni siquiera las lágrimas, ni siquiera el aire que salía desde su boca en busca de un lugar donde la comprensión fuese pan nuestro de cada día.
Y entonces ocurrió. Pudo ver unos ojos llenos de vida que la miraban sin cesar, pudo escuchar un llanto celestial que le rogaba un abrazo, pudo oler el aroma de una vida recién llegada que nacía desde la nariz y llegaba hasta el alma, pudo paladear el sabor de los sueños cumplidos, pudo sentir el tacto de su hijo recién nacio y supo que los milagros y los sueños son parte inescrutable de la vida.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Un número de cuatro cifras
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Juguete roto
La inmortalidad ya no existía y el éxito tampoco. Todo era tan efímero que intentó volver a rebobinar la cinta y jugar consigo mismo a volver a ser alguien. No pudo ser, la heroína invadió sus venas y sus ojos volvieron a quedar en blanco. Esta vez para siempre. Al menos volvería a ser noticia una vez más.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Páginas de muerte
miércoles, 11 de agosto de 2010
Maldita inspiración
martes, 3 de agosto de 2010
La partida
martes, 27 de julio de 2010
Chivatazo
Habían pasado más de veinte años desde que había llegado a la comisaría con el pelo fijado con gomina y el chicle visible entre los dientes y Perales seguía siendo el mismo prepotente de siempre. Había cambiado el fijador por el crecepelo y el chicle por caramelos de café, pero la pistola, la porra y el insulto seguían patentes en su denominación de origen como si su propia placa llevase implícito un particular código de barras.
- Calle de los Desparecidos. Local destinado a la venta de productos de droguería. Parece legal, pero es un almacén de droga.
Y allá que fueron.
Llevaban muchos meses, quizá demasiados, detrás de un maldito camello al que llamaban "El Cabra". Decían que era un tipo demasiado chiflado para dedicarse a un negocio que, en el fondo, necesita mucha cabeza. Perales nunca lo creyó así y se sintió afortunado por haber criado a dos hijos lejos de aquel mundo de perdición. Eso sí que significaba tener cabeza.
Aparcaron a un par de manzanas para no despertar sospechas y se acercaron con sigilo llevando la pistola y la placa a buen recaudo, para no llamar la atención. Se fijó en el joven compañero que le habían asignado y no tardó mucho en verse reflejado en su mirada ambiciosa. Un joven de andares chulescos, palabra fácil y violencia a flor de piel. Le había adoptado como a su propio hijo después de haberse terminado de convencer de que su verdadero hijo, tranquilo, apocado, empollón y un poco pardillo, jamás se parecería a él.
Abrieron la puerta de la droguería y no tardaron en esposar al hombre que atendía tras el mostrador. Abordaron la puerta de atrás y se encontraron con dos disparos a bocajarro. Su compañero cayó fulminado al suelo y él quedó petrificado ante la sorpresa.
- Hola, Cabra. - Saludó casi en silencio al joven que empuñaba una pistola apuntando a su frente justo a dos metros de él. No le pareció un chico tranquilo, apocado, empollón y, mucho menos, pardillo. Pero era obvio que le conocía.
- Hola, papá.
jueves, 15 de julio de 2010
El francotirador
lunes, 24 de mayo de 2010
Ni olvido ni perdón
miércoles, 5 de mayo de 2010
Los siete
viernes, 23 de abril de 2010
Al oeste del Edén
viernes, 16 de abril de 2010
Tiempos de conquista
lunes, 12 de abril de 2010
Caravana de mujeres
martes, 6 de abril de 2010
Asalto a farmacia
lunes, 29 de marzo de 2010
El soplo
- Tengo fotos. - Susurró en tono amenazante a la voz que replicaba al otro lado del teléfono.
- Lo sabemos.
Tenían a su chica y no sabía como salir de aquel entuerto. Todo había comenzado el día en el que había recibido un soplo de dudosa fiabilidad. Un importante empresario, un traficante de droga y una reunión en una cafetería de las afueras. Aparcó su coche en un lugar discreto y apuró la tarjeta de memoria de su cámara réflex hasta el final. Eran unas fotos buenísimas que podían terminar con la reputación de un tipo impecable.
Las enseñó en la redacción y le pidieron calma. Horas después recibió una llamada de teléfono que le pedía aquella tarjeta de memoria a cambio de su chica. No le costó deducir que su propio jefe era un maldito vendido. Sopesó la situación y publicó las fotos por cuenta propia.
Se inició una investigación, el empresario fue detenido, su jefe fue despedido y su novia fue liberada de un sótano en una nave industrial. Se hizo famoso, vendió su vida, vendió mil fotos y alcanzó el puesto de redactor jefe. Le había dejado disfrutar dos años de confianza, justo el tiempo que tardaron en regresar, volarle los sesos de un disparo y violar y estrangular a su novia.
Una vez más, volvió a ser portada. Fue la última vez que se supo de él, podrían haber sido más si hubiese obedecido pero llegó a pensar que burlarse del malo también funcionaba en la vida real, olvidando que los buenos solamente ganan en las películas. Y no siempre.
martes, 9 de marzo de 2010
La sombra del árbol
miércoles, 3 de marzo de 2010
Cómo Pulgarcito
jueves, 25 de febrero de 2010
Gloria y desgracia
La sangre tenía el sabor de una pelea callejera. El crochet de derecha se incrustó en su barbilla como una aguja busca el conducto arterial, retrocedió dos pasos y se cubrió con ambos brazos. Había pasado de ser favorito a ser destrozado. Se preguntó si le quedaba una última carta que jugar y supuso que, quizá, su única vía de escapa pasaba por una toalla en el suelo y una humillación en la memoria.
Alcanzó el rincón de las palabras perdidas y volvió a escuchar los consejos de quien un día se presentó como su nuevo entrenador. No le había enseñado demasiado de boxeo pero le había enseñado demasiadas cosas de la vida. Gracias a él, lo que antes eran golpes y victorias ahora eran sentimientos y aplausos. Gloria. O desgracia.
Se sentía desgraciado como antes se había sentido glorioso. Regresó al cuadrilátero y planteó una estrategia, buscó un resquicio, rezó una oración. No había manera de ganar aunque él sabía que seguía siendo el más fuerte. Esquivó como cuando era un juvenil y le obligaron a atrapar moscas con las manos y golpeó como cuando era un adulto y le dieron un cinturón de campeón del mundo.
Contempló a su rival en el suelo y respiró aliviado. Se había salvado por los pelos. Había ganado por los puños. Se abrazó a su entrenador sin demasiado entusiasmo y comprendió aquello de los sentimientos y los aplausos. Tiraría el cinturón al suelo y no volvería a subir jamás a un ring. Ya había sufrido demasiados sentimientos como para seguir llorando y ya había recibido los suficientes aplausos como para seguir peleando. Ya no le cabía más gloria, y tampoco más desgracia.
miércoles, 10 de febrero de 2010
Mensajero
jueves, 4 de febrero de 2010
La luz
viernes, 29 de enero de 2010
El San Martín del cerdo
lunes, 25 de enero de 2010
008
Era el mejor agente secreto del MI-6. Desde que James Bond había desaparecido de la nómina del servicio, él había sido nombrado con el número clave de 008 y no había plan enemigo que pasase su filtro de acción y suspicacia.
Avanzó en silencio por detrás del sillón de la habitación de su enemigo, se preparó para disparar sin hacer ruido y tuvo que dar una voltereta silenciosa ante la presencia de la pérfida amante de su malvado objetivo. Les escuchó susurrar unas palabras y temió imaginarles planeando su plan de ejecución. Debía impedirlo.
- ¿Dónde está el chico? - Preguntó él.
- Detrás del sillón - Respondió ella.
"¡Oh, no! Me han descubierto". Sintió unos pasos que se acercaban hacia su escondite y no tuvo más remedio que dar la cara para disparar a quemarropa. Soltó dos fríos chorros con su pistola de agua y vio a su padre con el gesto demasiado fruncido como para no considerar aquello una misión suicida.
Al final perdió la batalla y se vio encerrado en el calabozo de su cuarto con dos azotes en el trasero y una condena de dos semanas y un día sin leer una sola novela de Ian Fleming.
martes, 19 de enero de 2010
Estocolmo
Llegó a odiarle durante demasiado tiempo. Le parecía un tipo demasiado cerebral como para no tenerle miedo. A menudo perdía los nervios con demasiada facilidad y no eran pocas las veces que le había visto intimidarla, cara con cara, con palabras demasiado amenazadoras como para tomarle en serio.
Hacía ya cinco meses que vivía junto a él; compartiendo habitación, cama en algunas ocasiones y restos de comida los mejores días de guardar. A pesar de su régimen a pan y agua, seguía con vida y aquello era un regalo que no quisiera desperdiciar.
La primera vez que le vio salir de casa vestido con un traje le pareció un tipo mucho más atractivo de lo que habían sugerido las primeras apariencias. Bien peinado y bien vestido, aquel hombre ganaba demasiado. Hubo un día que despertó deseando sus abrazos y otro día, semanas más tarde, que hubiese muerto por un beso suyo. Por ello, la primera vez que la violó sintió en sus carnes el placer del deseo concebido.
El sonido atronador de la puerta al ser derrumbada consiguió sacarla de su letanía. Observó la escena en un duermevela demasiado desalentador en aquella madrugada de invierno. Sintió como su cama se queda semivacía y abrió los ojos del todo para contemplar como aquel tipo enmascarado le abría la crisma a su compañero de habitación.
Lo demás fue sangre y lágrimas. No pudo sonreír cuando le comunicaron que por fín había sido rescatada después de ciento sesenta días de secuestro. Y no pudo dejar de llorar cuando le dijeron que el tipo que le había secuestrado había sido abatido en conformidad a los deméritos acumulados.
miércoles, 13 de enero de 2010
A corazón abierto
Tenía su corazón en mis manos. Por un instante pensé en dejarlo caer y salir corriendo de allí. Era la primera vez que dirigía una operación con tanta responsabilidad y me sentía realmente abrumado. Sentí como se clavaban en mí todas las miradas de los asistentes de quirófano; la enfermera dudaba de mi capacidad, mi adjunto sopesaba seriamente sobre el acierto de aprender junto a mí y el anestesista esperaba mi reacción para controlar los impulsos vitales del paciente. Solté el bisturí tembloroso y pedí que me limpiasen el sudor.
Aquel tipo había llegado al hospital con una lesión vascular bastante importante y me habían designado a mí como dueño de su vida. Menuda responsabilidad. Limpié la zona, pinzé la aorta y descubrí la constricción el vaso sanguíneo. Por un instante me sentí aliviado y en el segundo siguiente herido en mi inquietud; un segundo o un milímetro de más y acabaría con su vida.
Allá afuera estarían sus hijos, su mujer y alguno de sus hermanos esperando noticias por mi parte. Nunca me había gustado comunicar una muerte y por ello pensé en lo que a mí me gustaría que me hubiesen dicho. Actué con precisión y las miradas se convirtieron en sonrisas. Ordené a la enfermera coser la herida mientras salía a desahogarme al pasillo. Los familiares vieron mis lágrimas y se temieron lo peor. Las cambié por una sonrisa. Mis labios encendidos significaban una buena noticia, mis ojos humedecidos significaban una tensión por la que no estaba demasiado seguro de querer volver a sentir.
jueves, 7 de enero de 2010
El poderoso
Ramón no tardó en enfundar su arma. Desde que había dejado atrás el sobrenombre de "Ramoncín" para convertirse en "Ramón el poderoso" no había habido nadie que se atreviese a discutir su supremacía. Era el líder.
Como un mal pistolero de película de serie B se dedicaba a atracar pequeños comercios, desvalijar camiones de mercancías y trapichear con sus enemigos sin más temor que un disparo por la espalda. Hacía tiempo que se había agenciado una buena pistola de asalto y una buena reputación como para no verse obligado a usarla.
El humo resplandeció sobre el cañón y el charco de sangre delató el suceso. Era la primera vez en la vida que mataba y la segunda que se sentía tan angustiado. La primera fue cuando hubo de cruzarle la cara a su madre por vez primera ante la negativa de esta a aprobar sus pequeñas rencillas criminales. Entonces era un niño y el remordimiento lo curó el tiempo y media docena de palizas junto al viejo sofá del comedor.
"Tras el primero llegará el segundo", pensó. Y mientras escapaba como un loco de las sirenas de las policías en busca de un refugio planeó su siguiente golpe. Debería buscarse un pequeño ejército de supervivientes. Debería protegerse. Solamente de esta manera tardaría más tiempo del esperado en llegar aquel tan temido disparo por la espalda.