martes, 3 de abril de 2018

Un mensaje de texto

El teléfono en la mesa. Las lágrimas en las mejillas, la sonrisa seca, los oídos sordos, la piel gastada. Un pie en la rodilla, una silla apartada, un paso hueco. Una tos lejana, una llave girando, un leve portazo, un adiós prematuro. Una bofetada sonora, un reproche certero, una maleta cerrada, un adiós repentino. Un mensaje de texto.

Un paso lento y anodino, unas ruedas sobre la acera, unos zapatos gastados, unas piernas cansadas. Una conciencia intranquila, un sueño cumplido, un esbozo de felicidad, una pasión apagada y otra llama encendida. Una habitación de hotel fría, un recuerdo caliente, una ropa interior abultada. Una ducha fría, un sueño caliente. 

Y allí donde se cruzan los caminos sobrevive el instinto de quien quiso culpar y no pudo, de quien pudo alarmar y no quiso. Atrás, donde ya no teléfono, ni lágrimas, ni sonrisa, ni oídos, ni piel, permanece encendida la mirada de recreo. Un teléfono vuelve a la mesa y las mejillas tornan color. La sonrisa se humedece, los sonidos son alegres y la piel es suave y tersa. Vuelve a abrir la puerta, vuelve a cerrar con mesura y esta vez saluda con encanto. Un beso, una palabra de amor y una maleta dispuesta a llenar el desorden de su habitación. Otro mensaje de texto. Otro amor. Otra vida.

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