viernes, 13 de abril de 2018

El fin

La lengua seca como un estropajo, la nariz roja como un tomate, un zumbido en los oídos, las manos
negras, los pies cansados. Se sentía como un naufrago sin isla, como un bandido sin botín. Atrás, como los resquicios de un fuego que nunca se apaga, dejaba la ilusión por encontrarse de nuevo. Y, frente a él, sin perspectiva, divisaba un mundo nuevo donde no existía el amor ni la voluntad.

Se arrodilló despacio, sin mirar atrás, sin evitar luchar contra su conciencia. La escuela, el trabajo, el amor. La decepción. Aulló de dolor antes de cargar el arma y apretar el gatillo. Los escombros seguían crepitando, el humo negro seguía cegando el alarido de cientos de personas. Sin salida, sin opción, sin ocasión para el arrepentimiento, uno a uno fueron cayendo como un castillo de naipes asustados.

Sonó el disparo y se acabó el sonido. Ya no escuchó más sirenas, ni más llantos, ni más súplicas. Dejó de escuchar el silencio el día que le torturaron por vez primera. Aquel maldito lugar donde jugó a ser feliz y se convirtió en un desdichado. Tantas vejaciones en el baño de profesores, tantas humillaciones en un aula repleta, tantas veces solicitanto piedad y tantas veces recibiendo incomprensión. El fin, como pudieron comprobar mientras se ahogaban en su propia misera, es, muchas veces el sentido propio de los medios.

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