viernes, 10 de abril de 2009

Compañeros

Llevaba muchos años trabajando codo con codo con su compañero de faenas. Se habían conocido en la academia de policía y el destino había querido que ambos ingresasen en la misma comisaría para iniciar, aliento con aliento, la búsqueda imparable de delincuentes y maleantes. Ambos habían superado a la vez la prueba de inspector y ahora que tenían una edad se habían convertido en mitos indestructibles para el resto de compañeros del cuerpo.

De la búsqueda del último asesino en serie sabían, por comentarios de testigos, que era un tipo de abundante pelo negro y que vestía una cazadora de cuero negra con un parche de "Harley Davidson" en la espalda y zapatillas blancas de deporte.

En el penúltimo receso de su profesión, decidieron tomarse un sábado de descanso y cenar, como caballeros, en el mejor restaurante de la ciudad. En cada bocado de carne intentaron olvidar los cadáveres aparecidos con el corazón paralizado por el veneno y la frente agujereada por una bala de nueve milímetros. En cada trago de vino, intentaron dejar atrás las visiones de las víctimas aterradas por el dolor y con el rostro impregnado de sangre.

Decidió aceptar, como tantas otras noches, una penúltima copa de licor en el confortable sillón del salón isabelino de la casa de su compañero. Era demasiado clásico y demasiado británico en sus modales y su forma de vestir. Siempre impecable, con su traje a medida y sus zapatos de piel. Con el pelo gris, marcado por el tiempo y las visiones, perfectamente peinado con fijador. Y con el mueble bar siempre dispuesto para el mejor trago.

Saboreó el whisky con mimo y relamió los dieciséis años de reserva. Se acercó a la habitación de su compañero mientras este picaba una nueva ración de hielo y buscó, tal y como le había pedido, la cinta de vídeo donde tenía guardadas las imágenes de su primera cena de navidad en el cuerpo. En el armario, entre los trajes perfectamente planchados, encontró una inusual cazadora de cuero que sacó con cuidado de su percha. De la misma, colgaba una bolsa de plástico que abrió con nerviosismo para descubrir una descuidada peluca de abundante pelo negro. Tuvo que resistir para no caerse cuando descubrió un raído parche de "Harley Davidson" adornando la parte trasera de la cazadora. Y comprobó, como una lágrima de desencanto caía por su mejilla, cuando encontró un par de zapatillas blancas de deporte escondidas en un rincón del armario.

Durante un instante creyó escuchar pasos, pero no eran más que los latidos de su corazón indicando la tensión a la que se estaba viendo sometido. Seguidamente sintió un latigazo en el pecho y cayó de rodillas sobre la elegante alfombra persa. Miró al frente y descubrió la sonrisa de su compañero y la mano firme empuñando un cañón de nueve milímetros. Entendió, instantáneamente, que el corazón estaba dejando de latir preso del veneno que había ingerido en el vaso de whisky. Y supo también, antes de morir, que la cara con la que descubrían a las víctimas antes de recibir una bala entre ceja y ceja, no era de dolor sino de sorpresa al descubrir, como él, que la persona en la que habían confiado sus últimos minutos de vida no era más que un asesino sin piedad.

1 comentario:

Sagra dijo...

Ya ves, pobre hombre como cayó en la trampa, por lo menos antes de picharla se to´mó un wiskito rico de reserva jejeje.
Otro final infeliz, se podía haber revelado el poli bueno y haberle dado una tunda de palos al malo y a chirona.
Besos amorrrr