La mascarilla bien ajustada al rostro y el látex de los guantes bien apretados sobre los dedos. Hace apenas dos semanas que comencé la residencia y, hasta ahora, las cosas no han sido como me las habían contado. Cada día aparece un anciano con el bastón en la mano y la queja en la garganta, le receto algún calmante y vuelvo a necesitar un masaje que relaje mis cervicales. Iluso de mí, siempre creí que las urgencias de un hospital eran tal y como las contaban las series de televisión. De jovencito soñaba con ser el doctor Ross y enamorar a las enfermeras al tiempo que obraba el milagro de la curación en cada paciente desangrado que entraba por la puerta. Y ahora, mientras asimilo que el doctor House es un invento de la ciencia ficción, sigo esperando un paciente que me devuelva el cosquilleo que me impulsó a estudiar medicina. Quizá sea este, una mujer que me mira con ojos de desconfianza y mueca de dolor desesperante. La asistente termina de colocarme la bata y me coloco justo al lado de mi adjunto; voy a ser testigo de mi primer parto. Por fin algo de emoción. Obedezco las órdenes y asisto absorto al oficio de milagrero. Con el llanto del bebé rompo a llorar de emoción, con el llanto de la madre rompo a llorar de orgullo. Ya pueden venir más ancianos a por mi receta de calmantes, por más que tras su marcha siga necesitando un masaje en las cervicales, ahora vuelvo a recordar por qué un día quise ser médico.martes, 28 de abril de 2009
El milagro de la vida
La mascarilla bien ajustada al rostro y el látex de los guantes bien apretados sobre los dedos. Hace apenas dos semanas que comencé la residencia y, hasta ahora, las cosas no han sido como me las habían contado. Cada día aparece un anciano con el bastón en la mano y la queja en la garganta, le receto algún calmante y vuelvo a necesitar un masaje que relaje mis cervicales. Iluso de mí, siempre creí que las urgencias de un hospital eran tal y como las contaban las series de televisión. De jovencito soñaba con ser el doctor Ross y enamorar a las enfermeras al tiempo que obraba el milagro de la curación en cada paciente desangrado que entraba por la puerta. Y ahora, mientras asimilo que el doctor House es un invento de la ciencia ficción, sigo esperando un paciente que me devuelva el cosquilleo que me impulsó a estudiar medicina. Quizá sea este, una mujer que me mira con ojos de desconfianza y mueca de dolor desesperante. La asistente termina de colocarme la bata y me coloco justo al lado de mi adjunto; voy a ser testigo de mi primer parto. Por fin algo de emoción. Obedezco las órdenes y asisto absorto al oficio de milagrero. Con el llanto del bebé rompo a llorar de emoción, con el llanto de la madre rompo a llorar de orgullo. Ya pueden venir más ancianos a por mi receta de calmantes, por más que tras su marcha siga necesitando un masaje en las cervicales, ahora vuelvo a recordar por qué un día quise ser médico.viernes, 24 de abril de 2009
El vaso medio vacío
Apuró el último trago de whisky y volvió a sentir un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Desde hacía mucho tiempo vivía en estado de embriaguez y no tenía pensamiento de redimir sus pecados alejándose de la botella. En el barrio era bien conocido por sus históricas faenas y, al tiempo que divertía a los niños con sus historias incoherentes, alarmaba a los mayores por el ejemplo que pudiese estar dando a sus hijos.Todas aquellas eran mentiras confabuladas por su mente insana. Apenas recordaba su último momento de lucidez, casi no tenía consciencia de que un día había sido feliz. Abandonó de nuevo a los chicos y se acercó a la barra del bar a seguir maldiciendo sus penas. Hubo un día en el que amagó con tener una familia y se encontró la casa vacía cuando regresó del trabajo. Desde entonces no había tenido más compañía que un vaso medio vacío y mil historietas inventadas.
Le gustaba imaginar lo que no existía porque un día vio lo que existía y no sentía interés por volver a contemplarlo. Fue el día en el que trató de dejar el alcohol y contempló como miles de insectos asesinos se arremolinaban a su alrededor para chuparle toda la sangre y hacerle vomitar hasta la última gota de su sudor. Le dijeron que, como todo, había sido mentira, aunque él estaba seguro de haberlo visto con sus ojos y sufrido con sus lágrimas. Lo llamaron delirium tremens. Desde entonces sigue bebiendo, sigue imaginando lo que pudo llegar a ser y sigue sonriendo cada vez que se acerca a los chicos del barrio porque en ellos encuentra la mismas sonrisas que un día le hicieron sentirse el hombre más feliz del mundo.
lunes, 20 de abril de 2009
A pleno sol
Por una fortuna sería capaz de matar. Repasó su pensamiento mientras cerraba con cuidado la última novela de Patricia Highsmith y la depositaba en una toalla sobre la arena. El sol caía demasiado vertical en Capri como para hacerle quiebros. Tapaba su frente con una visera y en el soslayo de su mirada podía contemplar el ir y venir de hombres y mujeres bien avenidos. Para él, doctor en apariencia y mendigo de la vida, imaginar que era como ellos significaba alcanzar la felicidad por la vía del olvido. Frecuentemente, se fijaba en los chicos más jóvenes, niños de papá en vacaciones perpétuas e intentaba localizar en cada sonrisa la confianza austera de su Phil Greenleaf particular. Frecuentaba, cada noche, los locales de moda buscando entrar en los selectos grupos de niños ricos y clubes deportivos, pero cada amanecer regresaba a casa con la insípida sensación de sentirse obviado por el mundo. Por ello, cuando encontró una sonrisa a su lado, no tardó en acomodarse sobre la toalla de diseño y mostrar la palma de la mano a modo de saludo. Junto a él se encontraba el niño rico que siempre había deseado conocer. No perdería el tiempo en preguntas triviales ni en discusiones absurdas, prepararía escrupulosamente el plan y guardaría bajo el sombrero su puñal mejor afilado. Él también podría ser Tom Ripley. Por la fortuna de uno de aquellos niños ricos sería capaz de matar.martes, 14 de abril de 2009
Cinco minutos para el espectáculo
Cuando quedaban apenas cinco minutos para el comienzo del espectáculo, sintió en su interior el cosquilleo del éxito recorriendo sus venas. Se imaginó en cada milímetro del escenario, taconeando y virando sobre sí mismo para prestarle al mundo un trozo de arte. Había luchado mucho para llegar allí y por eso seguía soñando con su parcela de fama.viernes, 10 de abril de 2009
Compañeros
Llevaba muchos años trabajando codo con codo con su compañero de faenas. Se habían conocido en la academia de policía y el destino había querido que ambos ingresasen en la misma comisaría para iniciar, aliento con aliento, la búsqueda imparable de delincuentes y maleantes. Ambos habían superado a la vez la prueba de inspector y ahora que tenían una edad se habían convertido en mitos indestructibles para el resto de compañeros del cuerpo.De la búsqueda del último asesino en serie sabían, por comentarios de testigos, que era un tipo de abundante pelo negro y que vestía una cazadora de cuero negra con un parche de "Harley Davidson" en la espalda y zapatillas blancas de deporte.
lunes, 6 de abril de 2009
Sin miedo
Cuando le arrestaron tenía las manos ensangrentadas y la mirada limpia. Su conciencia estaba vacía y su historial continuaba escribiéndose en rojo. Hacía tiempo que había empezado a matar y ahora que habían dado con su paradero no pensaba ponerles las cosas difíciles.jueves, 2 de abril de 2009
La tableta de chocolate
A medida se sorprendía de la capacidad que tenía, para hacerle soñar, el majestuoso sabor de una buena tableta de chocolate. Se sentaba en el sofá y aprovechando el silencio de la noche se dejaba llevar por el aroma y el placer del chocolate negro derretido sobre el paladar. Pensaba en vuelos interminables, en logros asombrosos, en oportunidades indescifrables.