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Cuando acabes la dejas fuera y esperas en la
puerta a que aparezca el hombre de negro, y no hagas como la última vez, que
cuando te pidió un poco más le cerraste la puerta en las narices.
Marcelino se rajaba los brazos con una navaja y moteaba la palangana blanca con
goterones de un granate intenso. Mientras se vendaba el brazo ensayaba consigo
mismo de qué manera se podía ser más educado con el vampiro.
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