Nos apenó que no le quedara
ni un recuerdo para rellenarlas con matices y nostalgias. Nos embriagó la
penumbra que destacaban sus ojos grises y el cálido pesar que exhalaban las
comisuras de su boca. Sin embargo, un chasquido de sus dedos nos volvió a poner
en el lugar de la monotonía. Le observamos en silencio y, mientras terminaba de
pintar el cuadro, nos volvimos a poner en situación. Desnudas, carnosas, joviales.
Inmortales.
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