miércoles, 7 de marzo de 2012

La vida en la calle

La vida en la calle es perra, cruel, asquerosamente real. En la calle no hay trabajo, no hay pan, no hay amigos, no hay sonrisas. Ni siquiera las lágrimas son de afecto o de miedo, son de vergüenza. No hay un motivo por el que levantarse por las mañanas, un aliciente con el que bajar a desayunar, una idea para la hora del paseo. La vida en la calle es demasiado aburrida para quien ha conocido el tiempo más allá del hormigón.

No hay trabajo para mí, no hay un currículum que sepa describir mis mentiras, no hay un alma que se atreva a pagarme un jornal porque todo lo invade la desconfianza. Da lo mismo que mi corazón haya dejado de ser de piedra, que en mi alma vivan los sentimientos o que en mi cabeza refluyan los arrepentimientos. No puedo tener la conciencia tranquila porque ahora no me dejan. La vida en la calle es una puta mierda.

La calle está llena de oportunidades para regresar. Está llena de ancianas desprotegidas, de niños inocentes y de hombres que no han aprendido a serlo. Basta una navaja, un tirón, un engaño, un atraco premeditado. O sin premeditar. Basta escuchar el sonido de las sirenas para sentir ese alivio que llevo tantas semanas buscando. El corazón regresa a su palpitación habitual y mis mandíbulas han dejado de apretar un hierro invisible. Ofrezco mis manos y me entrego a las esposas. No quiero vivir en la calle, me sentía mucho mejor viviendo en prisión.

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