miércoles, 6 de octubre de 2010

Un número de cuatro cifras

Aparcó su desconchado coche de segunda mano encima de la primera acera que encontró libre y de dirigió hacia su casa no sin antes maldecir al sargento Martínez por la venta que le había realizado. Martínez era un caradura de poca monta y muchas ínfulas que, en sus ratos libres, se dedicaba a vender coches usados con la premisa de una ocasión que en realidad no era tal. Grabó el número de la matrícula en la mente para llamar al seguro y se perdió en la síntasis del último caso que le estaba comiendo la vida.

Ocho muertos, ocho vecinos de su mismo barrio, ocho ataques al corazón y ninguna pista que llevase a clarificar que había una mano negra detrás de tanta penumbra. Repasó mentalmente el caso y se detuvo, uno a uno, en los números de las cuentas bancarias de cada uno de los fallecidos. Eran tipos que, como él, jugaban a ser un héroe de vida inventada mientras lamían los excrementos verbales de sus jefes en su desgraciada vida real.

Había una coincidencia. Ocho transferencias a un mismo número de cuenta. Repasó los números y los apuntó en su libreta de los casos pendientes. Le querían sonar aquellas cifras más solamente podía recordar el día que estrechó la mano del sargento Martínez por penúltima vez. Había sido hacía dos días, después de acordar la venta de un cacharro de más de doscientos mil kilómetros por el módico precio de mil doscientos euros. Rebuscó en sus cajones y encontró su libreta bancaria. Allí estaba aquel número de diez dígitos que, como en los casos anteriores, se repetía por última vez al final de cada apunte bancario. El número de la cuenta de Martínez. El mismo tipo que le había sugerido una compra, el mismo que le había ofrecido un coche, el mismo que, por ademanes de la casualidad, se había enterado de que el divorcio le había dejado sin mujer a la que amar, sin hijos a los que educar, sin techo bajo el que vivir y sin vehículo en el que viajar.

Apuntó las ocho matrículas después de encontrar el inventario de pertenencias en el informe que le había redactado la cabo Arganguren. 0876, 0934, 1235, 0033, 1598, 2001, 0365 y 0007. Números de cuatro cifras, todos seguidos de tres letras. Coches de segunda mano olvidados en un desguace, un depósito o una cuneta. Repasó los datos del último fallecido. Había muerto aquella misma mañana una semana después de comprar el coche de Martínez. El segundo lo había hecho justo un año después. Una semana, un año, 0007, 0365.

Corrió hacia la cocina buscando el frescor de un vaso de agua y descansó durante un instante apoyado en la encimera de estraza mientras intentaba poner en orden aquellas impresiones. Calculó los días del tipo cuya matrícula era 0033 y comprobó, excitado, que había muerto exactamente treinta y tres días después de haber comprado el coche a Martínez. Siguió calculando y dio con la solución, el resto coincidían exactamente en número con la cifra de su matrícula; habían muerto ochocientos setenta y seis, novecientos treinta y cuatro, mil doscientos treinta y cinco, mil quinientos noventa y ocho y dosmil un días después de haber adquirido el coche.

No sabía qué especie de poderes eran los que tenía Martínez más no estaba dispuesto a permitir que aquel tipo vendiese un solo coche más. Descolgó el teléfono para informar a su superior pero se acordó de que tenía pendiente una llamada al seguro. Marcó en el teclado y recordó el número de cuatro cifras de su matrícula que había memorizado un par de horas antes. 0001. Clavó la vista en el techo y sintió como su corazón explotaba en el mismo momento que la señorita de la aseguradora preguntaba por su interlocutor y no recibía respuesta.

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