lunes, 18 de octubre de 2010

De refilón

Arreciaba la noche cuando escuchó, en la lejanía, las primeras sirenas de la policía. No creía estar muy segura pero si había algo que había agudizado tras tres meses de soledad y silencio, era el oído. Tras la baja rendija de la puerta de chapa por la que le tiraban la comida una vez al día, podía escuchar, cada vez con más nitidez, las palabras huecas de sus secuestradores. Sabía lo que planeaban y sabía que aquella iba a ser su última noche con vida si su abuelo seguía resistiéndose a la petición de rescate.

Siempre había confiado en la destreza y la astucia de su padre para intuir la solución a los casos más difíciles. Brillantemente licenciado en derecho y estadística, se había casado con la rica heredera de un imperio de dulces de chocolate. Era por eso que los mejores recuerdos de su infancia estaban ligados a aquel dulce de color oscuro que nunca faltó en su casa de campo.

El divorcio la había dejado trastornada. Su padre, atrás un brillante abogado y ahora un alcohólico de poca monta, había llegado una noche borracho a casa y se había encontrado las maletas en la puerta. Ella había seguido visitándole a menudo, buscando un beso, una palabra y un buen programa de televisión que ver junto a él acurrucada en el sillón de la vieja pensión que había podido permitirse.

Llevaba meses muy apagada, justo el tiempo que llevaba su padre sin dar una señal de vida. Contaba la casera que aquel inquilino gruñón era como aquellos tipos de una mala película que se marchaban a por tabaco para no regresar jamás. Pero ella no había creído nada de eso. Fue un día al regresar de casa desde la universidad cuando dos tipos la había metido a la fuerza en el interior de una mugrienta furgoneta blanca.

Llevaba tantas semanas encerrada como para perder la cuenta de los días. Caminando sobre la cuerda floja de la locura aprendió a jugar con el pensamiento. Unas vacaciones con su padre, una brillante carrera como abogada y un esposo al que cuidar mucho más de lo que su madre había hecho con el suyo. Aquellos eran sus planes de futuro pago de rescate mediante.

Escuchó un golpe brutal y un par de disparos que venían de la habitación contigua. Un tipo ataviado con un traje azul oscuro y un casco de protección sobre la cabeza le tendió la mano y la abrazó con fuerza. La puerta había quedado entreabierta y los policías se llevaban a los secuestradores, uno a uno, esposados un cabizbajos. Quizá no lo había visto bien y por eso tuvo que pestañear, pero hubiese jurado ver entre ellos a su padre, solamente de refilón.

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