
Supo de su próxima conquista por la tierna mirada que le dedicaron. Eran dos mujeres, una muy guapa y la otra aún más. Se bastaba solo para tenerlas, para amarlas y para hacerlas recordar el olor de su carne. Bastaron dos frases, un beso repartido y una promesa que nunca cumpliría.
Otras dos más, y ya iban mil ciento tres. Creyó que seguiría sumando hasta que la vio por primera vez en su camino de regreso a casa. Los primeros rayos del alba despuntaban sobre una ciudad a medio cocinar, no hacía frío como para buscar abrigo pero tampoco demasiado calor como para caminar bajo los alzados que prometían una incierta sombra. Cruzaron una mirada y creyó verla sonreir. Él no dijo nada, ni siquiera pudo balbucear un par de incoherencias. No tardó en darse cuenta de que hasta aquel día no había sido más que un pelele del destino.
Desde entonces cruza aquella calle a diario y a la misma hora, no se le conoce una nueva conquista y su corazón no se confirma con pequeñas batallas. Desconocía el sabor de la derrota pero sabía, también, que hasta que no besara aquellos labios de tacón alto no sabría realmente a qué sabe la victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario