miércoles, 22 de septiembre de 2010

Juguete roto

La vieja cinta de vídeo volvía una y otra vez al mismo lugar de origen. En la pantalla, los defectos del uso hacían crepitar la imagen y un ruido blanco parecido al de los discos de vinilo se interponía entre los diálogos y la falta de atención. Hacía meses que miraba sin ver, que oía sin escuchar y que temblaba sin sentir. Junto a su brazo, una oxidada aguja se enganchaba a una jeringuilla manchada de sangre y pus. Permaneció tumbado con los ojos en blanco, la mente perdida y el recuerdo en un punto muerto. Demasiado tiempo atrás había sido alguien; una joven promesa a punto de explotar, un iniciado en las artes del drama, un actor de películas infantiles que una vez hizo reir y al día siguiente hizo llorar. Un don nadie en busca de su último papel antes de marcharse tan solo como había llegado. Clavó la aguja una vez más y se divisó en la pantalla del viejo televisor que había robado de la casa de su abuela. Allí estaba él, las manos en la cabeza, los ojos vivos y la garganta presa a soltar una frase para la inmortalidad.

La inmortalidad ya no existía y el éxito tampoco. Todo era tan efímero que intentó volver a rebobinar la cinta y jugar consigo mismo a volver a ser alguien. No pudo ser, la heroína invadió sus venas y sus ojos volvieron a quedar en blanco. Esta vez para siempre. Al menos volvería a ser noticia una vez más.

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