lunes, 21 de diciembre de 2020

Castidad

Las curvas de la señora Ackerman eran el pecado contra el que no cabía confesión. El padre Patterson se escondía en el confesionario y, mientras miraba por la cortinilla entreabierta como la señora Ackerman regresaba en busca de absolución, dejaba que su sotana bailase y su respiración, entrecortada, respondiese un Ave María purísima que ponía fin, cada mañana, a su síndrome de abstinencia.

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