No podía dejar de llorar mientras miraba por la ventana el reflejo del
chico hundiéndose en el mar mientras la chica no le dejaba un hueco en la tabla
de madera. Físicamente era posible, argumentalmente era imposible. El cine.
Había visto la película veintiocho veces y nunca había llorado hasta el día que
entendió que incluso la vida es un guión. Le vio marcharse calle abajo,
arrastrando una maleta. Ambos podrían haber seguido cabiendo en la misma casa.
Físicamente era posible, argumentalmente era imposible.
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