lunes, 26 de noviembre de 2018

Tras la tormenta

La tormenta había nacido como poderosa y estaba creciendo como temeraria. El cielo pintaba destellos eléctricos y la gente corría entre los árboles en busca de un refugio, bien dentro de sus coches, bien en alguna de las cabañas. Ella tropezó y cayó al barro, él escuchó el golpe e inmediatamente detuvo su carrera para tender una mano. Se tocaron. Se sujetaron firmemente y, justo en es instante, un rayo refulgía desde arriba para partir en dos un árbol. Mientras caía el tronco, él tiró de ella y la puso a salvo. Pum. Fue un golpe, seco, pero casi insonoro debido al salvaje ruido de la tormenta que amortiguaba hasta los gritos de pánico de los turistas.

Los padres acudieron prestos en cuanto fueron conscientes de la situación. El padre de él le sujetó por la espalda, el de ella lo hizo de frente, y les protegieron de la lluvia con sus brazos fuertes. Apenas se dijeron adiós con la mirada y continuaron corriendo. Pero ya se habían mirado. Un instante mágico en el que cruzaron la vista y se detuvieron en sus pupilas. Un segundo, una vida. Tenían doce años.

Han pasado treinta y ella camina apesadumbrada por una calle tan negruzca como su pensamiento. No tiene trabajo, ni expectativas, ni una vida en común con nadie. El cielo ha tornado en gris oscuro y el viento ha comenzado a soplar, casi con violencia. De repente, una gota invade su cara y se da cuenta de que debe buscar un cobijo. No hay nada más allá de coches y locales comerciales, la mayoría cerrados por culpa de la crisis. Los truenos comienzan a ser aterradores y los destellos pintan el cielo de ceremonia. De repente vuelve a caer. Un tropiezo tonto, una herida leve bajo el pantalón. El tipo que la ha visto desde la ventana sale por la puerta y le ofrece su mano. En ese momento, un rayo vuelve a caer, a plomo, sobre sus cabezas. Un tirón, un resguardo junto a la pared y una mirada. De nuevo una mirada. Una vez más, desatada la tormenta, ambos se habían dado cuenta de que no es la primera vez que se veían. Y entonces, sólo entonces, se terminaron de dar cuenta de que tampoco sería la última.

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