lunes, 11 de junio de 2018

Contra el miedo

Las letras eran frías. Decenas de cartas guardadas en un cajón, dormían el sueño de la esperanza. El teclado volvía a emitir sus sonidos constrictores y la pantalla, refulgiente como un sol de primavera, devolvía sonrisas e ilusiones. Sueños cumplidos, promesas pendientes, una vez más, del sonido gutural que devolvía el antiguo tocadiscos.

Guitarreó con las manos e improvisó un concierto con el palo de la escoba. Volvió a escuchar el click de la conexión y, otra vez, perdió el sueño para verterse por completo a la conversación nocturna. "No tengo miedo", le dijo. Pero era mentira. Tenía tanto miedo que durante todas las horas impregnaba su mirada de un hilo de lágrima racional. Se acababa la soledad y comenzaba la aventura.

Se vistió de gala y acudió a la cita. Junto al coche, imaginó un abrazo profundo y un beso interminable. Las nubes grises pintaban un cielo de cuento y el viento susurraba melodías de distracción. Pudo correr y no quiso, pudo caer y se aferró al momento. El puño apretado, la garganta seca y el ojo avizor. El oído en el teléfono y la apuesta consigo mismo. Sus pasos se encontraron y apareció la sonrisa. Aquella sonrisa era verano eterno. Aquella promesa se había cumplido. Desde entonces siempre ha creído en las hadas.

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