
Acudió al médico como quien acude a su bar de mala muerte. Cigarro en ristre, barba de cuatro días y zapatos manchados de barro. Mandó a tomar por culo a la auxiliar que le espetó por el decoro y le sugirió apagar el cigarrillo y se encaró con la señora que observaba sus trazas con la vergüenza de quien observa a un ecce homo.
- Me pica el rabo. - Explicó en su tono soez.
Le hicieron pruebas y se olvidó de todo durante unas semanas. Dedicó los días de diario a emborracharse con vino los medios días y a despotricar con aliento avinagrado a cada uno de los empleados de su empresa de construcción. Los fines de semana los gastaba entre cafés, copas, puros y partidos de fútbol del Real Madrid.
Su mujer le acompañó al médico el día que debía recoger los resultados. Aquellos mamones le habían obligado a hacerse una paja, a mear y a afeitarse los huevos. Y todo por una muestra de semen y otra de orina.
- Tiene usted gonorrea. - Le indicó el médico.
Su mujer le miró de soslayo. A ella no le preocupaba demasiado el contagio puesto que hacía seis años que no hacía el amor con ella.
- ¡A ver qué coño le digo yo a los niños! - Exclamó
- ¿Tiene usted hijos? - Preguntó el doctor.
- Cuatro.
- ¿Adoptados?
- ¡Qué cojones! ¡Míos!
Se hizo el silencio y se reservaron las respuestas para cuando cada uno de ellos estuviese preparado.
- Eso es imposible, es usted estéril.
Y por primera vez en muchos años se invirtieron los papeles y fue él quien hizo amago de llorar y fue ella quien sonrió abiertamente y de manera satisfecha.
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