viernes, 29 de enero de 2010

El San Martín del cerdo

Era un hijo de puta con todas las de la ley. Gustaba de despreciar a su mujer, de acomplejar a sus empleados y de idolatrar a sus hijos por encima de sus hijas. Se gastaba la mitad del sueldo en bares y la otra mitad en putas. Hacía tiempo que le picaba la ingle y temía haber cogido ladillas en alguno de aquellos garitos de mala muerte que frecuentaba en sus días de guardar.

Acudió al médico como quien acude a su bar de mala muerte. Cigarro en ristre, barba de cuatro días y zapatos manchados de barro. Mandó a tomar por culo a la auxiliar que le espetó por el decoro y le sugirió apagar el cigarrillo y se encaró con la señora que observaba sus trazas con la vergüenza de quien observa a un ecce homo.
- Me pica el rabo. - Explicó en su tono soez.

Le hicieron pruebas y se olvidó de todo durante unas semanas. Dedicó los días de diario a emborracharse con vino los medios días y a despotricar con aliento avinagrado a cada uno de los empleados de su empresa de construcción. Los fines de semana los gastaba entre cafés, copas, puros y partidos de fútbol del Real Madrid.

Su mujer le acompañó al médico el día que debía recoger los resultados. Aquellos mamones le habían obligado a hacerse una paja, a mear y a afeitarse los huevos. Y todo por una muestra de semen y otra de orina.
- Tiene usted gonorrea. - Le indicó el médico.

Su mujer le miró de soslayo. A ella no le preocupaba demasiado el contagio puesto que hacía seis años que no hacía el amor con ella.
- ¡A ver qué coño le digo yo a los niños! - Exclamó
- ¿Tiene usted hijos? - Preguntó el doctor.
- Cuatro.
- ¿Adoptados?
- ¡Qué cojones! ¡Míos!

Se hizo el silencio y se reservaron las respuestas para cuando cada uno de ellos estuviese preparado.
- Eso es imposible, es usted estéril.

Y por primera vez en muchos años se invirtieron los papeles y fue él quien hizo amago de llorar y fue ella quien sonrió abiertamente y de manera satisfecha.

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