jueves, 7 de enero de 2010

El poderoso

Ramón no tardó en enfundar su arma. Desde que había dejado atrás el sobrenombre de "Ramoncín" para convertirse en "Ramón el poderoso" no había habido nadie que se atreviese a discutir su supremacía. Era el líder.

Como un mal pistolero de película de serie B se dedicaba a atracar pequeños comercios, desvalijar camiones de mercancías y trapichear con sus enemigos sin más temor que un disparo por la espalda. Hacía tiempo que se había agenciado una buena pistola de asalto y una buena reputación como para no verse obligado a usarla.

El humo resplandeció sobre el cañón y el charco de sangre delató el suceso. Era la primera vez en la vida que mataba y la segunda que se sentía tan angustiado. La primera fue cuando hubo de cruzarle la cara a su madre por vez primera ante la negativa de esta a aprobar sus pequeñas rencillas criminales. Entonces era un niño y el remordimiento lo curó el tiempo y media docena de palizas junto al viejo sofá del comedor.

"Tras el primero llegará el segundo", pensó. Y mientras escapaba como un loco de las sirenas de las policías en busca de un refugio planeó su siguiente golpe. Debería buscarse un pequeño ejército de supervivientes. Debería protegerse. Solamente de esta manera tardaría más tiempo del esperado en llegar aquel tan temido disparo por la espalda.

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