jueves, 4 de febrero de 2010

La luz

Nadie le había dicho que los sueños cumplidos son siempre placenteros. A menudo deseaba dejar su mundo e inmiscuírse por completo entre nuevos horizontes. Era un estudioso de lo complejo y un enfermo de lo sobrenatural. Llevaba varias noches viendo la luz y varias tardes planeando un plan de encantamiento.

Anduvo despacio hasta que se encontró frente a aquella explosión cegadora que parecía nacer de la misma tierra. El ruido, que en su casa de campo parecía un susurro, allí era atronador. Vio descender algo que nunca había visto y sitió ascender algo que nunca había sentido.

Se quedó dormido y soñó con seres de otros mundos. Quizá ya estaba a bordo de sus sueños y aún no había superado el miedo a despertar. Cuando lo hizo se encontró con unos ojos color violeta. Se asustó demasiado como para no llamar la atención. Sintió la caricia de media docena de manos y la dura ligazón de una cuerda extraña que anudaba sus muñecas.

El fuerte tirón le sacó de su asombro. Se vio conducido, mientras resbalaba por un suelo de nácar, hacia una habitación blanca con una camilla en medio. Por fin vio las manos verdes, de largos dedos, con las que tantas noches había soñado mientras dibujaba extraterrestres en una hoja de papel. Quiso sonreir pero el sonido de una máquina le impidió hacerlo.

No pudo expresar la palabra "amigo". Antes de decir ni mú, una cuchilla de disco le seccionó el estómago a sangre fría. No pudo ni ahogar un grito, aunque antes de morir supo de veras lo que era el dolor. Después de muchos años estudiando, ahora era él el objeto de estudio.

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