martes, 19 de enero de 2010

Estocolmo

Llegó a odiarle durante demasiado tiempo. Le parecía un tipo demasiado cerebral como para no tenerle miedo. A menudo perdía los nervios con demasiada facilidad y no eran pocas las veces que le había visto intimidarla, cara con cara, con palabras demasiado amenazadoras como para tomarle en serio.

Hacía ya cinco meses que vivía junto a él; compartiendo habitación, cama en algunas ocasiones y restos de comida los mejores días de guardar. A pesar de su régimen a pan y agua, seguía con vida y aquello era un regalo que no quisiera desperdiciar.

La primera vez que le vio salir de casa vestido con un traje le pareció un tipo mucho más atractivo de lo que habían sugerido las primeras apariencias. Bien peinado y bien vestido, aquel hombre ganaba demasiado. Hubo un día que despertó deseando sus abrazos y otro día, semanas más tarde, que hubiese muerto por un beso suyo. Por ello, la primera vez que la violó sintió en sus carnes el placer del deseo concebido.

El sonido atronador de la puerta al ser derrumbada consiguió sacarla de su letanía. Observó la escena en un duermevela demasiado desalentador en aquella madrugada de invierno. Sintió como su cama se queda semivacía y abrió los ojos del todo para contemplar como aquel tipo enmascarado le abría la crisma a su compañero de habitación.

Lo demás fue sangre y lágrimas. No pudo sonreír cuando le comunicaron que por fín había sido rescatada después de ciento sesenta días de secuestro. Y no pudo dejar de llorar cuando le dijeron que el tipo que le había secuestrado había sido abatido en conformidad a los deméritos acumulados.

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