¿Se había vuelto loca? ¿Por qué no le conocía?
Llevaba viviendo con su mujer el tiempo suficiente como para conocer cada una de sus miradas y aquella no era una de sus miradas. La encontró vacía, perdida, sin encanto. Intentó profundizar en aquellos ojos y no vio más que vacío.
- ¿Qué te pasa?
- A mí nada.
Y entoces volvió en sí. Le besó con mucha ternura y se encogió entre sus brazos.
- ¿Por qué no volvemos al parque? - Le preguntó
- ¿A qué parque? - Contestó él cargado de duda.
- Al parque en el que me diste el beso.
Entonces lo recordó. Hacía demasiado tiempo y aquella tarde había sido tan desastrosa que nunca la había rememorado en cincuenta años de matrimonio. Aquel primer beso en el parque donde fue a pedir su mano y terminó rompiéndole una muñeca por accidente.
Permanecieron en silencio durante unos minutos hasta que ella volvió a girarse hacia él.
- ¿Quién eres?
Corrieron hacia el médico, él cargado de preocupación, ella cargada de melancolía. A menudo iba y a menudo venía, como si de una noria desmemoriada se tratase.
Cuando escuchó la palabra Alzheimer quiso creer en los sueños. No podía ser verdad. La miró en silencio y después preguntó al médico.
- ¿No recordará nada?
- Dentro de un tiempo, no.
- ¿Ni siquiera recordará nuestro primer beso?
- Me temo que no.
Entonces se acercó hacia ella y la besó por penúltima vez. Si habría de dejar una esquirla en su memoria que mejor manera que rememorar aquella tarde en el parque. Cogió su mano y lloró. Juntos se marcharon a casa y juntos se fueron olvidando de todo hasta que la vida se olvidó de ellos.
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