jueves, 29 de octubre de 2009

Contraespionaje

Había visto demasiadas películas de James Bond como para dejarse asustar por un cañón de nueve milímetros. Avanzó por la cornisa mientras jugaba a cubrirse con los antepechos de las ventanas y escuchó los disparos que se perdían calle abajo, buscando una víctima que esta vez, una vez más, sería inocente.

Aquellos malditos criminales de “Calendario Perpetuo” no iban a evitar que largase toda la información al jefe. Faltaría más. Llevaba demasiados años de entrenamiento y demasiados años al servicio del gobierno como para intimidarse y dejarse perder ante tres matones de segunda categoría.

Trepó hacia un ventanal abierto y buscó un refugio tras la puerta del salón de estar de un domicilio costumbrista. Suplicó silencio con ambas manos a dos tortolitos a los que se les atragantaban las palomitas y la película de miedo, y salió por la puerta en busca de su destino más cotidiano; matar.

Montó su arma y subió a la azotea en silencio, como un profesional. Se ocultó tras algunos voladizos y repartió tres silenciosos disparos sobre las cabezas de sus rivales. Descolgó el teléfono y buscó el número de las ocasiones especiales.
- Contraseña.
- Es más fácil matar que vivir.
- Calendario Perpetuo al habla.
- He cumplido mi trabajo. Tus tres matones no te darán más problemas.
- ¿Y la información?
- Cuando tenga el resto del dinero.
- Sabes que tu país perderá mucho poder con esto.
- Cuando alguien gana, siempre hay alguien que pierde.

Escuchó la siniestra carcajada y cortó la comunicación. Bajó a la calle y buscó su coche. En su línea de seguridad sonaba una llamada del gobierno. Tenía tantas cosas que contar y tan pocas ganas de hacerlo que pisó el acelerador y dejó que el tono telefónico se perdiese en el tiempo mientras él se perdía en busca de su fortuna.

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