lunes, 30 de noviembre de 2009

Cinco minutos más

Un día demasiado apacible dentro de mi monotonía. Me gusta dormir hasta tarde, sentir que la sensación de pereza se apodera de mí y alargar la alarma del reloj hasta un par de horas en periodos de cinco minutos de asueto. Me gusta refugiarme en mis sábanas y sentir como la lluvia golpea contra el cristal de mi ventana, como el viento azota los toldos de las terrazas vecinas y como los coches circulan de un lado para otro sin pararse a mirar el cielo. De fondo, una radio suena regalándome canciones de otros tiempos, es un regreso a mi infancia, a las melodías que tatareaba mi abuela mientras zurzía un jersey para mi y otro para mis hermanos. El grifo de la ducha del vecino se siente pared contra pared y me refugio en el pensamiento mientras recreo el calor del agua tibia bajando sobre mis hombros. Hace ya tiempo que debería haber puesto pie en tierra y coche en marcha. Suena el teléfono y rechazo la llamada. Un pitido me anuncia que tengo un mensaje en el buzón de voz. Perezoso e incómodo llevo el auricular a la oreja. He vuelto a dormirme y me han despedido. Mejor, así no me voy con lo puesto. Vuelvo a dar media vuelta en la cama y pienso que le diré al jefe cuando vaya a firmar el finiquito. Quizá que celebro no volver a verle, quizá que no he conocido capullo como él o quizá que se meta su empresa por donde le quepa porque yo no pienso volver a trabajar.

Me gusta dormir hasta tarde, sentir que la sensación de pereza se apodera de mí y alargar la alarma del reloj hasta un par de horas en periodos de cinco minutos de asueto. Sobre todo después de saber que has acertado los seis números del sorteo de la primitiva.

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