jueves, 3 de diciembre de 2009

El barrio

El barrio es un lugar solitario y triste. De vez en cuando refulge el brillo del acero de un par de navajas a medio camino entre el susto y la venganza. Cuando hay luna llena, apenas se ven dos estrellas florescentes haciendo hincapié en destacar por encima de la cortina de humo. En invierno hace demasiado frío como para salir a la calle y las estufas desgastan el color de la pintura, y en verano hace demasiado calor como para quedarse en casa y el sol desgasta el gris claro del asfalto. Hay niños peleándose en el parque, juegan, ya desde pequeños, a la ley de selección natural. El más fuerte acabará en la cárcel y el más débil, con un poco de suerte, terminará sus días cubierto de grasa en cualquier taller de un callejón perdido. Resuenan las motos trucadas con el estruendo del mediodía y llaman las madres a sus hijos para que dejen las pelotas de reglamento recién robadas y suban como rayos a beberse la sopa y a comerse el filete. Los jóvenes en edad de prometer ya no van a la escuela porque allí solamente enseñan tonterías y los que tienen un poco más interés por aprender a menudo ven sus ilusiones cortadas en una furgoneta al ralentí y una buena paliza bajo los columpios del parque. Nadie se acuerda de nosotros y si alguna vez viene la televisión es para enseñarle al mundo la mierda en la que nos han convertido. Hay demasiada luz en los desguaces y demasiada oscuridad en los portales, desde lo alto de la azotea se ven a los hombres como hormigas y a los niños como pulgas. El suelo está cada vez más cerca, hace años que no vivo sin soñar ni sobrevivo sin estar colgado a un pico de heroína. La azotea cada vez está más arriba y los hombres ya no son hormigas y los niños cada vez son menos niños. Definitivamente me he convencido de que es imposible volar sin un caballo cabalgando por mis venas, el suelo está cada vez más cerca y mi vida está cada vez más lejos. Realmente nunca tuve vida. Dejaré para el recuerdo un buen charco de sangre que pintará de rojo el gris claro del asfalto. No dejaré de ser un ciudadano anónimo más dentro de estas calles, pero con un poco de suerte igual consigo que la televisión vuelva al barrio y quizá mi nombre salga una vez en el periódico.

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