
Todo estaba en orden. La cama vestida con sábanas de seda, las cortinas bordadas en hilo de oro, la moqueta de cachemira fabricada en la India y los muebles de caoba importada del interior de África. Todo reluciente y ordenado. Cerró la puerta por fuera y esperó en recepción la primera queja. No pasaron doce horas antes de que el matrimonio regresase al hall con el equipaje en regla y el rostro fruncido. "Nos vamos".
Perder clientes de prestigio era tan peligroso como ganar clientes de clase media. Si el rumor se corría, la reputación del hotel quedaría en entredicho y no tardarían en verse obligados a disminuir las tarifas y recibir, con ello, a clientes de categoría inferior y modales en entredicho. Decidió subir de nuevo y examinar, parte por parte, cada uno de los rincones de la alcoba.
Cuando miró en el cajón superior del mueble de diseño que decoraba el elegante cuarto de baño, encontró una caja llena de botecitos de píldoras para la potenciación sexual. Extrañado ante el descubrimiento, decidió romper el sello de uno de ellos comprobando que había sido manipulado de antemano. En su interior encontró una nota escrita a mano donde pudo reconocer la letra de la asistenta de planta que había despedido doce días atrás.
"Hay una cámara de vídeo sobre el espejo frente a la cama. Al director le gusta grabar a las parejas haciendo el amor para su onanismo personal y negociación de chantajes. Márchense sin decir nada y no tarden en acudir a la policía".
Se dirigió al espejo frente a la cama y observó la pálida luz roja que parpadeaba sobre su marco de pan de oro. Extrajo la cámara y la lanzó contra el suelo. No tardó en recibir un mensaje de texto en su móvil; "Le va a costar demostrar que no ha sido usted". Era un número desconocido.
Regresó al hall y encontró dos policías vestidos de faena con la placa en la mano y la gorra bien calada bajo sendos rostros de firmeza. "¿Es usted el director? Creo que tiene que respondernos a unas cuantas preguntas".