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O me dan mi café o me voy.
Circunspecto, abrazaba su propio
pecho mientras cruzaba los brazos con especial ahínco.
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Quiero mi café.
Parecía un niño chico.
Cuando le pusieron su café, el
señor Garaicoechea se puso rojo de envidia.
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¡Eh! ¡Yo también quiero un café!
El señor Clavero le miró
sorprendido.
Los demás le miraron expectantes.
Si ya tenían su vaso de agua
¿Para qué querían un café?
-
No hay más café.
-
Pues entonces no respiro
Y se quedó con los brazos
cruzados, los labios fruncidos y la cara cada vez más colorada.
El señor Clavero levantó la mano.
-
Pónganle un café al señorito.
Los demás miraron estupefactos.
Abrieron mucho los ojos y el señor Rojas levantó la voz.
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Pues nosotros no vamos a ser menos.
Y los señores Escuredo, Madrid y
Albor miraron complacidos.
El señor Clavero miró al
presidente y el presidente se encogió de hombros.
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Pues nada, café para todos.
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