miércoles, 20 de octubre de 2021

Un ramito de rosas

La mejor manera de canalizar mi vocación era mandarle cartas anónimas de amor a la vecina. Desde que empecé a hacerlo, la mujer había cambiado la compunción por sonrisa y los ojos tristes por maquillaje. Se vestía de guapa y caminaba azorada sobre sus altos tacones. Disimuladamente, miraba hacia los lados esperando a que alguno de aquellos desconocidos que la comían con la mirada le dijesen “yo soy tu amor secreto”. Por ello, cuando fue consciente de que el cuento debía llegar a su fin, le comenté que por la noche llegaría a su casa con un ramo de rosas rojas. Cuando su marido vio mi nota anónima en el parabrisas, miró de forma extraña y encogió los hombros. Aun así obedeció y se presentó por la tarde con un ramo de rosas rojas en la mano. Cuando escuché el revuelo que se había formado en la calle, me asomé al balcón y vi el cuerpo de mi vecina estampado contra el suelo. Entonces comprobé por qué Cecilia había mantenido en secreto al autor de las cartas en aquella famosa canción.

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