lunes, 24 de mayo de 2021

Loca

Tenía los ojos sombríos; una mancha gris, cincelada por el llanto, la amargura y la soledad, cubría sus cuencas vacías de vida. Jugaba a olvidar, más no era capaz de borrar de su memoria aquellas imágenes de vida plena. Jugaba a volver a ser y no era más que una tiniebla borrosa en la mirada que el pasado le devolvía cada amanecer. Despertaba temprano, harta de soñar imposibles y, con el pelo alborotado y la boca seca, se lanzaba a la calle para agotar su alma y dejar que el esfuerzo pidiese árnica a su desolación. Apenas vestía elegante y las zapatillas se hacían viejas a medida que el tiempo ajaba su rostro y los días confluían sobre sus improbabilidades. Cada mediodía, mientras regresaba en silencio a casa y la lágrima puntual cantaba las alabanzas del ángelus sobre su rostro arrugado, escuchaba la radio del vecino en sintonía con el tiempo y en ángulo recto sobre su estado de ánimo. Aquel día, como otros, mientras la melancolía volvía a torcer su gesto y las miradas volvían a posarse sobre sus hombros, José Luis Perales, devolvía su voz al aire y describía los designios ante el silencio y el rubor. “Y los muchachos del barrio la llamaban loca”. Sonreía, callaba, volvía a respirar e intentaba volver a sonreír más la tristeza impedía volver a contornear sus labios. “Estuve loca ayer, pero fue por amor”.

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